Nunca me atreví a descender al sótano de la casa donde vivió mi abuelo. Nunca quise despertar los misterios que guardaba, porque podrían dejar de ser bellos.
Ahora sé que allí también vivía a melancolía, sumida como siempre, en un halo de resquemor por el abandono y por el olvido.
Toda mi historia, es un preciado tesoro que ella guardaba en aquel sótano, en ese cuarto de los secretos del que hasta hace poco tenía una llave.
Ahora todo se va diluyendo.
Aún quedan algunos recuerdos huérfanos. Una noche llena de inquietud, miedo y soledad. El eco de un último ladrido nocturno y lejano vagando por los tesos…..
Son como notas sueltas escritas en el margen de un libro. Sólo pequeñas escenas incompletas, no hay nada más, ni antes, ni después, nada.
Aún así, esta melancolía, ya agónica y desahuciada, se agarra tenaz a ese último ladrido bronco y lejano.
Intuye que nunca encontraré ninguna llave y que jamás se completarán las historias de sendas, de noches, de pisadas lentas, o de desafiantes ladridos en la lejanía.....
Los duendes que esconden todas las llaves, saben muy bien que melancolía muere cuando lo pasado se olvida.