viernes, 23 de agosto de 2019

Blanco y negro.



En algunas ocasiones cuando me sumerjo en el abatimiento, recurro a ese suspiro de aire rancio guardado en el montón de fotografías almacenadas con absoluto desorden en la memoria del teléfono. Sin saber como, en un determinado instante, me veo perdido dentro de los recuerdos que atesora la lata redonda de galletas, donde mi madre guardaba las suyas.

Siento como mi memoria queda encadenada a la melancolía de lo que inexcusablemente  se va haciendo visible en el alma de cada fotografía allí guardada.

Son encuentros entre silencios y la voz propia que sale de las profundidades de esta memoria compuesta por luces, destellos,...., ilusiones.
Una revelación, un puente sobre un abismo de tiempo que nunca se ha llegado a detener como se detuvo en los instantes que quedaron ahí grabados y que aún puedo recordar.

Veo la escenografía de un sentimiento al compás de unas emociones, veo a mi padre con una gabardina blanca buscando los fondos mas vistosos para retratarnos con su Voiglander.


Las escenas inmutables en el tiempo son un poderoso médium que nos lleva a otro lado de la vida.
Tal vez sea esta manera que cada uno tiene de mirar, de ver el pasado, una parte fundamental de lo que somos y nos permite seguir atrapados en ese pasado, en ese mundo de blanco y negro donde nos convertimos en pequeñas presencias, en seres menguantes, aunque también vivamos inmutables, sin penas, redimidos de todo pecado. Congelados en el otro lado de la vida, de donde ya no se vuelve.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por sus comentarios.