Todo está radiante en este fantástico día de otoño. Hace frío y el aire revuelve las hojas caídas.
Nadie debe ser infeliz contemplando este azul inmenso del cielo sobre la fresneda en dónde todavía cuelgan cautivas unas pocas hojas añorando su antiguo verdor.
Los caminos son tan poco transitados que al poco desaparecen comidos por los pastos y por la maleza blanqueada con el relente de la noche.
Las luces dejan de ser claras, se convierten en brumas tamizadas por el gris de la nada, al mirar al interior.
Como la hierba que se come las ruinas, el tiempo va avisando que llegan el deterioro y la vejez.
Como ellos van llegando también la muerte y el olvido que con su mansedumbre se fueron adueñando de todos los deseos y de todas las voluntades.
Dentro de las cuencas de los ojos, tendida, aleteando vagamente como mariposas moribundas, se apagaron las ilusiones, tan solo quedan ya miradas que no ven, perdidas en la lejanía del infinito.
Van desvaneciéndose igual que los rescoldos de una hoguera, los estados anteriores, los pasados apeados de ese tren con destino a andenes de olvido eterno.
Antes de marchitar a la sombra de los míos, prefiero desaparecer este próximo último invierno. Poner rumbo a esas pérfidas brumas con una sola compañía, mi fiel soledad.
Elijo la única opción compatible con la libertad de los que me rodean y también con la mía propia.
Me voy donde el cierzo o el diablo me lleven, no esperéis una despedida última. No la habrá. Tampoco una bendición innecesaria.
Mi marcha es la última libertad que poseo. No importa ya, quién, o qué fui, ya no. El pasado no tiene más que el valor de lo que se ha perdidopara siempre.
El viento y la arena en su infinita terquedad, intentarán borrar, inútilmente, un nombre o una ausencia grabados con sangre en la roca del olvido, donde todo recuerdo es imposible.
Vosotros quedáis también libres de esta vieja y pesada culpa que la conciencia os impondrá.
Infame sentimiento que anula la voluntad, el placer y la propia libertad.
Tras la marcha no debe quedar más que algún mínimo instante de añoranza, sin culpas ni remordimientos que turben vuestro espíritu.
El resto darlo por perdido, escapo de vosotros, os libro de soportar lo insoportable. El tiempo de la vejez ha superado los límites y Peter Pan dejo de oír la llamada de campanilla.
Hace algún tiempo se escucha, ese ronco tañido, monótono y cruel del bronce con el que la Parca avisa de su llegada. Sin duda no se demorará en sonar para mí.
El hastío que producen los años quebrados ya por los sobresaltos de la fortuna y la salud ha embriagado de soledad este cuerpo gastado por un inclemente reloj de años.
Queda esperar un solo último día que inexorablemente llegará, mientras resuena un eco atronador que dice que nunca podrás volver hacia atrás.