sábado, 6 de diciembre de 2014

Plaza del Caño



Cuando era niño, me entretenía con el misterio de ese fluir inagotable del agua por el caño de la plaza de mi pueblo.
Era una bonita fuente de piedra, tal vez granito, con un gran pilón donde bebía el ganado.

Tenía un solo chorro que manaba día y noche. Salía el agua por un tubo metálico, sin otra particularidad que la de su color pardusco en la parte inferior y plateado brillante en su parte superior. Esto era debido, sin duda, al desgaste por manoseo de todo aquel que se apoyaba para beber,

En ese caño, me pasaba el largos ratos observando como el agua, se marchaba por el sumidero, sin que nadie lo pudiera evitar.
Ese agua -pensaba-, volvería al río, del río al mar, del mar a la nube, de la nube al río y del río al caño.
Por aquel entonces aquello era algo que me parecía extraño, pero inevitablemente eterno.


Ahora la fuente ha desaparecido, el vacío ocupó su sitio. Solo queda allí un triste y engañoso cartel que pone: "plaza del caño".
Se desvanecieron algunos sueños, y también el caño y el ganado. En su lugar solo dejaron una mentira.

Con el tiempo, se fue también esa ingenuidad que entonces engañaba a este niño hablándole de la perpetuidad de la piedra y del agua

Ahora ya sé que todo en esta vida es perecedero y fugaz.

Los años, las arrugas y el abatimiento por este luchar para nada, han quebrado el candor de esta vieja inocencia.
Hay en su lugar, un enorme agobio al observar como el fluir de esta vida se esta agotando y su mayor parte se ha ido marchando, igual que el agua del caño, por el sumidero del tiempo, pero con la certidumbre de que habrá servido para muy poco.

Solo quedará, como en la plaza, un cartel o un epitafio,  donde realmente ya no habrá nada.




martes, 25 de noviembre de 2014

La eternidad es donde nada valemos.




Uno a veces encuentra lugares en donde las noches duran una eternidad. Noches donde el durmiente no encuentra ni la paz interior, ni el remedio a esos males que de vez en cuando la conciencia esparce y esconde en lo más secreto de los remordimientos. Es como si hubiese siempre un ruido contrapuesto al silencio y a la desolación de las calles vacías, es como si para la conciencia el sueño ya no fuera suficiente.
Es en la eternidad de esas noches donde nadie nos quiere, donde menos valemos.


viernes, 31 de octubre de 2014

Sin ton ni son.

     
                Hace tiempo dejé de creer en las hadas, en los dioses y en los cuentos chinos.
No supongo, auguro o presagio futuros pendientes, tampoco comento presentes de barro ni soy el relator de los pasados perdidos. Solamente, relativizo o aplaudo perdidas o ganancias que acompañan al devenir o provienen de lo acontecido.
Todos los calendarios colgados de mis paredes, misteriosamente, están equivocados.
Tanto la videncia como la evidencia me producen estrés y también un malestar similar al que se siente al despertar junto a la madre de todas las resacas diciendo que no habrá un mañana.
Las luces no me inspiran confianza tampoco. Hasta los más iluminados se han equivocado alguna vez y,... no,... yo no soy el que vino hasta aquí a perdonar errores.
No, no perdono ni a propios ni a extraños. Exijo la perfección, las buenas maneras, el renglón derecho y las cuentas sin tachones.
Evidentemente temo al tiempo y a su naturaleza etérea y difusa contra la que nada puedo.  Sin embargo lucho por conservar lo que me dieron todos esos años que pasaron sin ton ni son.
Me gusta guardar los sonidos del agua, el de las hojas al caer, las fotografía de aquellas sonrisas perdidas o robadas.
También guardo el barro de los zapatos y las lunas de algunas noches que no merecían terminar, las fiestas de guardar no las guardo ni las calabazas que nunca se hicieron carrozas, Esas tampoco.
A veces cuento cuentos que suenan lejanos y a veces me entretengo en subir peldaños que no llegan a ningún sitio. Los subo de uno en uno para bajarlos de dos en dos.
Con todo esto, resulta que al final, no vine aquí para ser un vivo simplón, ni un muerto complicado.


jueves, 18 de septiembre de 2014

Nunca es tarde si la dicha es buena.



Cada mañana al despertar tengo la impresión de que estreno una nueva vida. Al igual que el otoño nos asombra con esos colores que antes no se veían, cada día amanece con un inédito presente sin pasado que lo encamine.
Todo pasado ha desaparecido por completo, amanezco como si fuera un retazo del otoño o de la primavera, depende como se interprete.
Otoño por la edad, que ya se va desprendiendo de lo innecesario, primavera por la esperanza de que todo vuelva a regresar de la oscuridad de la noche, de la niebla del sueño o de la misma confusión que se genera en esta cabeza que pierde todos los detalles.

El despertar y el adormecerse, son momentos donde no hay referencias, todo se desconecta.
El sopor  y el sueño hacen que todo sea una inmensa duda en ese frágil instante donde la conciencia queda limitada y desvalida como si de una nueva embriaguez se tratara.

Es milagroso que cada mañana al despertar, confíe en mi existencia aún a pesar de no encontrar nada completamente fiable.
Nunca es tarde si la dicha es buena, me digo cuando veo algo que todavía reconozco.
Primero, determino el lugar donde me encuentro y una vez certificada la localización intento averiguar si lo que toca es amanecer o atardecer. Es increíble la capacidad que tiene el tiempo de confundir al recién despertado, tal vez porque los sueños son también una parte de la vida, aunque a cada despertar, todos desaparezcan como por descuido, lo mismo que ocurre con la vida real, que también desaparece cada noche sin sorpresa ninguna.

Así toca vivir esta vida, transitando entre intervalos de realidad vivida y realidad soñada, al final, poco a poco todo vuelve, porque nunca es tarde, nunca es demasiado tarde hasta que llegue el día en el que al despertar no hubiera nada que doliera, entonces, seguramente,estaré muerto.



martes, 12 de agosto de 2014

Perdidas irremediables.




Es curioso como van quedando residuos de casi todo. En nuestro interior quedan siempre unas cenizas, de lo que ardió, unos posos de lo que se derramó o simplemente los ecos de aquellas voces que escuchamos.

 Es cierto también, que basta muy poco para remover esas cenizas. Tan solo una mención, una invocación y una evocación  del viejo recuerdo fluye espontanea, aunque siempre con el recelo y la desconfianza de la fidelidad de esta remembranza.
Hace tiempo que dejé de revisar esas viejas fotos donde ya apenas reconozco lugares o personas. Dejé ya de adivinar este pasado extraviado porque es menos costoso que intentar asumir una identidad desconocida y extraña.
La memoria es un bien frágil y desgraciadamente el olvido una perdida irremediable.


jueves, 3 de julio de 2014

Los caminos del señor son inescrutables.




Bien es cierto que analizando con cierta distancia la naturaleza que define la religión creada por el ser humano, esta solo se puede encuadrar en la vileza.

No habrá otro ser en el universo tan necio, mezquino e infame, que siendo excelsamente defectuoso y deficiente presuma de estar hecho a imagen y semejanza de su dios.

Aun así, permitan ustedes que abusando del desinterés que me suscita todo lo racional y sin hacer alarde de esa magnánima bondad que me caracteriza, les perdone a todos y cada uno de ustedes, por los siglos de los siglos amen (o chimpun, como prefieran).

A la salida les dejo unos chupitos de aguardiente por si alguno de ustedes resuelve empezar esta nueva vida purificada con alegría añadida.


Mañana a la misma hora sigo con los perdones, pero ya cobrando.



sábado, 28 de junio de 2014

Los sitios perdidos.







En el pueblo, algunos días, antes de acostarme tenía la costumbre de salir por una ventana hacia el tejado y quedarme allí tumbado observando desde lo alto como todo lo pasado se diluye en esa distancia con horizontes indefinidos que provoca la noche.
Ahora, vivo en un pequeño apartamento y sus ventanas, como casi todas las ventanas, solo dan al vacío.

Echo de menos mi tejado y también las horas muertas que he permanecido tendido allí, sin otra necesidad más que la de disfrutar de esos momentos en los que nada importa.

Espero que nadie interprete que soy persona abocada a luctuosas inclinaciones, tan sólo busco la satisfacción en  la añoranza aunque reconozco haber sufrido algún trauma por este motivo.
La soledad, quizás sea el único bien de esta dolencia del olvido, y tal vez por eso está condición de solitario deriva del temor a la conciencia del mal y del sufrimiento.

Nunca fui depredador de sentimientos, tampoco busqué presas donde es fácil encontrarlas. Me gusta sentarme en algún lugar apartado y observar el trasiego de la gente, con este simple acto de contemplación me siento acompañado o creo que acompaño a alguien. Una sensación de plenitud como quien aguarda un regreso, como si esperase a alguien que trajera un mínimo consuelo por todo recuerdo perdido, igual que se hace con los enfermos para paliar en algo su desgracia.

Pero nunca ocurre nada.....


lunes, 26 de mayo de 2014

La vida sin distancias.


Hoy tengo la sensación de que el tiempo corre demasiado y que el mundo permanece quieto en medio de tanta rapidez, quieto y sosegado tal vez contagiando cada posibilidad de determinación con una especie de huida forzada pero placentera.  
Es como si a cada instante estuviéramos escapando de todo lo que nos compromete sin que esto suponga el más mínimo remordimiento.

Al mirar por la ventanilla del coche observo que el mundo está lleno de carreteras inmóviles regalándonos toda su distancia, cuando la vida tan solo consiste en estar, sin otro compromiso mayor que observar correr ese tiempo que nos pertenece pero sin la contingencia de la retención.

Cuando estamos en la soledad mas absoluta, cuando todos los cuartos, incluido el del recuerdo, quedan vacíos es posible un pequeño delirio de  intemporalidad, pero la memoria lo sabe y en el absurdo de su mofa perversa y promiscua nos agasaja con su compañía redoblando tambores de glorias lejanas o repicando esas campanas que oímos sin saber donde, y el tiempo mientras tanto, continua con su labor tachando los días que nos quedan.

He de reconocerlo, la memoria me ha sido siempre infiel.
Una gran traidora.

martes, 22 de abril de 2014

La memoria no es más que una herramienta muy poco fidedigna




No sé si a ustedes les ocurre, pero, ¿no sienten a veces, que no hay nada tan irreal como el pasado, donde, con el tiempo, todo se va cubriendo con una capa de fantasía?.
Leo cosas que escribí no hace mucho tiempo a modo de experiencias y me da la sensación de que me sumerjo en la ceniza de alguien diferente y ya acabado. Es como si al fijar el pasado a un papel, uno se sometiera a un extraordinario ejercicio de auto incineración.
Las cosas no dejan de ser como fueron aunque su recuerdo se modifique, pero pocas veces se pone en evidencia la falsedad de lo evocado que por el simple engaño del pensamiento se ha convertido en verdad.
Realmente todo recuerdo supura algún tipo de incertidumbre o equivoco, y suele ser costumbre de quien lo guarda administrar de forma interesada su destino.
En mi caso,  los elementos que se forman en la memoria reciente, se van superponiendo de forma totalmente desorganizada y aleatoria sobre aquellos más antiguos.
Entonces, inconscientemente me abruma el temor a convertir mi verdadera historia en un cuento, porque el pasado corre peligro de ser modificado y convertirse en otro distinto.

Cuando esto sucede, la duda es la que al final triunfa y el inconsciente, antes de someterse a su capricho, prefiere el olvido.

Esto justifica que la razón, una vez privada de recuerdo fidedigno, se ampare en la extravagancia de creer que la vida solo consiste en estar; sin que nada haya pasado y sin que nada vaya a pasar.


domingo, 16 de marzo de 2014

La ley de la vida como la desnudez de los árboles, dicta sentencia todos los otoños.




A estas alturas,  aún a sabiendas de que en este hombre atrincherado en la cincuentena no queda mucho mas que recuerdos prendidos con alfileres y escoceduras difíciles de apaciguar, se prevé un exiguo futuro,donde se invoca la empírica propuesta de salir del mundo.

Hacerlo desaparecer como si no existiera, como si no hubiera nadie ni nada.

Recrearse tan solo, en la existencia de la nada más absoluta y ante el desamparo de la total ausencia, solo cabrá un profundo temor, sin duda, debido al transcurso de tantos años manteniendo alguna vanidad por esos sentimientos que ya están agostados.

Temor que al poco llegará a desaparecer tras una infinita paz,  porque la ausencia de mundo evita cualquier intimidación o desasosiego.




lunes, 17 de febrero de 2014

La memoria menguante.



Según dicen los que más saben, todos nacemos con algún talento especial. En mi caso, fui agraciado con  un par de ellos:  mansedumbre y pésima memoria. El primero, me ha servido para resignarme ante todas las adversidades que me trajo la vida y el segundo, para olvidarlas o si acaso, barruntarlas lejanas, como una vaga ilusión, algo similar a lo que pueda percibir del futuro un vidente.
Hasta ahora estas virtudes han sido un elemento sustancial en mi vida. Como  parientes próximos, nunca me dejaron de la mano de Dios; siempre me anduvieron rondando esperando la llegada de la vejez y el abandono, los otros dos parientes pobres de la muerte.
Toda una vida dedicada al presagio de lo intrascendente de vivir, producto de una memoria menguante que va perdiendo los apuntes y las señales que indican cuales fueron los caminos recorridos.
Pero como todo final feliz, esto acabará resolviéndose con una bonita lápida donde cualquier cosa pudiera ser escrita.


lunes, 27 de enero de 2014

El único oficio, pelear.


Me gustaría hacer que los días fueran lo que yo quisiera que fuesen.
Ninguno tendría mañana, solo habría un eterno último día.

He aprendido que la palabra mañana es una mentira piadosa, un engaño. Trae uno y otro y otro día, y cada día que pasa tiene otro mañana.
Así, mientras espero, se irán borrando mis huellas en la demora del siguiente  mañana que vendrá con otra nueva oferta, a sabiendas de que cada día acabado, se ahonda más mi sepultura.
Por eso, tiro mi suerte al tapete y dejo que el tiempo ruede hasta que se quiera detener.
Por ahora sólo despierto, peleo, peleo, peleo, peleo y sueño.




martes, 14 de enero de 2014

La última noche, (ayer)





Tras apurar el último vaso de Bourbon, tuve la sensación de que la cabeza se me iba, como si el vacío de la noche hubiese entrado en ella hasta hacer desaparecer todo atisbo de conciencia, acarreando el sentimiento de que todo lo que pudiera quedar dentro de mi tan sólo fueran  pérdidas. Huellas sin identidad que se degradan porque no remiten a recuerdo alguno, el vehemente frío de la Nada acaba sustituyendo a la inteligencia y a la memoria.
Cabeceo con la sensación de sueño a pesar de que la voluntad no ha sido borrada del todo. Es más similar al desaliento o la desgana que a veces me rinde como si fuera el único camino de aceptar una derrota mental y física como si la noche no fuera una mera ausencia, si no un campo de batalla donde debo luchar solo en una guerra mortal y silenciosa.