lunes, 26 de mayo de 2014

La vida sin distancias.


Hoy tengo la sensación de que el tiempo corre demasiado y que el mundo permanece quieto en medio de tanta rapidez, quieto y sosegado tal vez contagiando cada posibilidad de determinación con una especie de huida forzada pero placentera.  
Es como si a cada instante estuviéramos escapando de todo lo que nos compromete sin que esto suponga el más mínimo remordimiento.

Al mirar por la ventanilla del coche observo que el mundo está lleno de carreteras inmóviles regalándonos toda su distancia, cuando la vida tan solo consiste en estar, sin otro compromiso mayor que observar correr ese tiempo que nos pertenece pero sin la contingencia de la retención.

Cuando estamos en la soledad mas absoluta, cuando todos los cuartos, incluido el del recuerdo, quedan vacíos es posible un pequeño delirio de  intemporalidad, pero la memoria lo sabe y en el absurdo de su mofa perversa y promiscua nos agasaja con su compañía redoblando tambores de glorias lejanas o repicando esas campanas que oímos sin saber donde, y el tiempo mientras tanto, continua con su labor tachando los días que nos quedan.

He de reconocerlo, la memoria me ha sido siempre infiel.
Una gran traidora.