Hoy tengo la sensación de que el
tiempo corre demasiado y que el mundo permanece quieto en medio de tanta
rapidez, quieto y sosegado tal vez contagiando cada posibilidad de
determinación con una especie de huida forzada pero
placentera.
Es como si a cada instante
estuviéramos escapando de todo lo que nos compromete sin que esto suponga el
más mínimo remordimiento.
Al mirar por la
ventanilla del coche observo que el mundo
está lleno de carreteras inmóviles regalándonos toda su
distancia, cuando la vida tan solo consiste en estar, sin otro
compromiso mayor que observar correr ese tiempo que nos pertenece pero sin la contingencia de la retención.
Cuando estamos en la soledad mas
absoluta, cuando todos los cuartos, incluido el del recuerdo, quedan vacíos es
posible un pequeño delirio de intemporalidad, pero la memoria lo sabe y
en el absurdo de su mofa perversa y promiscua nos agasaja
con su compañía redoblando tambores de glorias lejanas o repicando esas campanas que oímos sin saber donde, y el tiempo mientras tanto, continua con su labor
tachando los días que nos quedan.
He de
reconocerlo, la memoria me ha sido siempre infiel.