sábado, 28 de junio de 2014

Los sitios perdidos.







En el pueblo, algunos días, antes de acostarme tenía la costumbre de salir por una ventana hacia el tejado y quedarme allí tumbado observando desde lo alto como todo lo pasado se diluye en esa distancia con horizontes indefinidos que provoca la noche.
Ahora, vivo en un pequeño apartamento y sus ventanas, como casi todas las ventanas, solo dan al vacío.

Echo de menos mi tejado y también las horas muertas que he permanecido tendido allí, sin otra necesidad más que la de disfrutar de esos momentos en los que nada importa.

Espero que nadie interprete que soy persona abocada a luctuosas inclinaciones, tan sólo busco la satisfacción en  la añoranza aunque reconozco haber sufrido algún trauma por este motivo.
La soledad, quizás sea el único bien de esta dolencia del olvido, y tal vez por eso está condición de solitario deriva del temor a la conciencia del mal y del sufrimiento.

Nunca fui depredador de sentimientos, tampoco busqué presas donde es fácil encontrarlas. Me gusta sentarme en algún lugar apartado y observar el trasiego de la gente, con este simple acto de contemplación me siento acompañado o creo que acompaño a alguien. Una sensación de plenitud como quien aguarda un regreso, como si esperase a alguien que trajera un mínimo consuelo por todo recuerdo perdido, igual que se hace con los enfermos para paliar en algo su desgracia.

Pero nunca ocurre nada.....