jueves, 18 de septiembre de 2014

Nunca es tarde si la dicha es buena.



Cada mañana al despertar tengo la impresión de que estreno una nueva vida. Al igual que el otoño nos asombra con esos colores que antes no se veían, cada día amanece con un inédito presente sin pasado que lo encamine.
Todo pasado ha desaparecido por completo, amanezco como si fuera un retazo del otoño o de la primavera, depende como se interprete.
Otoño por la edad, que ya se va desprendiendo de lo innecesario, primavera por la esperanza de que todo vuelva a regresar de la oscuridad de la noche, de la niebla del sueño o de la misma confusión que se genera en esta cabeza que pierde todos los detalles.

El despertar y el adormecerse, son momentos donde no hay referencias, todo se desconecta.
El sopor  y el sueño hacen que todo sea una inmensa duda en ese frágil instante donde la conciencia queda limitada y desvalida como si de una nueva embriaguez se tratara.

Es milagroso que cada mañana al despertar, confíe en mi existencia aún a pesar de no encontrar nada completamente fiable.
Nunca es tarde si la dicha es buena, me digo cuando veo algo que todavía reconozco.
Primero, determino el lugar donde me encuentro y una vez certificada la localización intento averiguar si lo que toca es amanecer o atardecer. Es increíble la capacidad que tiene el tiempo de confundir al recién despertado, tal vez porque los sueños son también una parte de la vida, aunque a cada despertar, todos desaparezcan como por descuido, lo mismo que ocurre con la vida real, que también desaparece cada noche sin sorpresa ninguna.

Así toca vivir esta vida, transitando entre intervalos de realidad vivida y realidad soñada, al final, poco a poco todo vuelve, porque nunca es tarde, nunca es demasiado tarde hasta que llegue el día en el que al despertar no hubiera nada que doliera, entonces, seguramente,estaré muerto.