sábado, 24 de enero de 2015

Seres provisionales





El pecado de vivir una vida provisional es el que más me aflige,
Nunca fui de esos  hombres que pasan los días sentados frente a la lumbre esperando ansiosos cumplir con  las rutinas del domingo y gastan sus noches velando por el sosiego de un sillón de cuero, hombres que al final son como sombras en la oscuridad.
Hace ya demasiado tiempo que vivo dispersando mi existencia entre lugares donde ya nadie da consuelo a la pena, ni hay paseos sin soledad, donde no quedan tormentas pasajeras ni miradas furtivas. Una vida en esencia provisional que espera (ya con prisa) el cambio a otra que seguirá siendo de transición o de paso.
Vivo en casas que no son hogar, duermo en camas que siempre están llenas de ausencias y desidia. Camas que tienen sabanas duras del color de la penitencia. Paso por esta vida a sabiendas de que mi tarea consiste en ser un hombre pasajero y eventual.

Todo lo que soy va quedando guardado en la lejanía de las distancias y en los tiempos cada vez más remotos.
La familia se conforma con su abandono relativo, con su orfandad indefinida, con su estado de viudedad interina. Mientras en esta cabeza ronda siempre una duda permanente que cada día me martiriza un poco con la sospecha de distintos argumentos, tal vez mejores, para esta única historia.

El tiempo que todo lo acomoda, nos sobrepasa llegando hasta la lágrima cuando entierra este lastre de metamorfosis en una transición única y final, que nos obliga a abandonar lo que de cualquier manera siempre fue provisional para convertirnos en seres definitivos y absolutos como cuando eramos nada.



martes, 13 de enero de 2015

La Vejez y su angustia.


Los hombres que ya no son lo que fueron andan echados a perder entre el vencimiento, el disimulo y el miedo a seguir en un mundo que se les llena de restricciones.
Lo peor es el miedo, que además proporciona demasiados sufrimientos. Es una perturbación muy dolorosa, y atañe al cuerpo con parecida solvencia que al espíritu.
La mente se oscurece, se ofusca y llega a perder hasta el mínimo atisbo de lucidez, luego viene el declive de la vejez y la noche con el cansancio y el sueño, que como bien se sabe, sirven para ahondar en los abismos.
En esa conmoción que produce el envenenamiento de la dejación y el abandono. Hay quien al sentir ese desvanecimiento envenenado, incluso llega a apreciar el gusto por ese veneno de la edad, por ese aviso de la definitiva intoxicación, pero en el epílogo de la conciencia se sustituye esa rara complacencia por una terrible angustia.