Los hombres que ya no son lo que fueron andan echados a perder entre el vencimiento, el disimulo y el miedo a seguir en un mundo que se les llena de restricciones.
Lo peor es el miedo, que además proporciona demasiados sufrimientos. Es una perturbación muy dolorosa, y atañe al cuerpo con parecida solvencia que al espíritu.
La mente se oscurece, se ofusca y llega a perder hasta el mínimo atisbo de lucidez, luego viene el declive de la vejez y la noche con el cansancio y el sueño, que como bien se sabe, sirven para ahondar en los abismos.
En esa conmoción que produce el envenenamiento de la dejación y el abandono. Hay quien al sentir ese desvanecimiento envenenado, incluso llega a apreciar el gusto por ese veneno de la edad, por ese aviso de la definitiva intoxicación, pero en el epílogo de la conciencia se sustituye esa rara complacencia por una terrible angustia.
Vamos perdiendo a muchos de nosotros mismos en este extraño viaje donde nos pusieron solo con billete de ida. Perdimos al niño, al joven...y acabaremos perdiendo al viejo que quedará como único testigo.
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