viernes, 6 de febrero de 2015

Lo más corriente es que el cuerpo acabe matando el alma.





Me preocupo porque ya no soy el mismo, pero es que ni la memoria ni la conciencia me dejan serlo, me están convirtiendo en una especie de barro poco moldeable. y en esta tregua que da la vida ya no soy otra cosa que el reo de una causa perdida.

Cuantas veces desbaraté el tiempo con la confianza de no necesitarlo, cuantas veces me encontré con el relumbre que precede al día tras la noche y era la noche la única que me encomendaba acarrear la vida sin que sus horas determinaran otra cosa distinta que el cansancio de sobrevivir. 

Horas indecisas e inciertas como las calles sin nombre por las que paseo en soledad a la luz de faroles que iluminan esta helada noche, cuando el reloj del ayuntamiento anuncia que ya llegan las dos.

Esta noche tengo la misma sensación de frío que de perdida y melancolía por todo aquello que ya desapareció, voy tomando direcciones imprecisas tan solo para retardar la llegada a esa cama vacía que me espera. Este es el cumplimiento más acorde a cualquier expectativa, pues la vida ha perdido el gusto de la precisión y al sueño lo vence el miedo de otro indiferente amanecer puntual.

El tiempo es la mayor amenaza, nos llena de mentiras y nos trae hilos de plata que no sirven para coser las arrugas. Llegará  un momento en que no seremos otra cosa más que otros olvidados, no sobrevivirá ni memoria ni conciencia de nuestra existencia. Lo más corriente es que el dichoso cuerpo acabe matando el alma.