Esta mañana comencé este "gran viaje en bicicleta" que tanto tiempo llevaba preparando. He parado cada 30 o 40 km en pequeños pueblos holandeses por los que pasaba.
Paseo por el centro, y aprovecho para sentarme en la terraza de algún bar o en cualquier banco a descansar o para mirar de nuevo los mapas, aunque ya me los sé casi de memoria.
La bicicleta va bien cargada, sin excesivo peso pero todo lo que llevo abulta demasiado. Un par de bolsas grandes, una a cada lado de la rueda trasera y un saco de dormir, la esterilla y una pequeña tienda de campaña encima de estas. También llevo colgados dos pequeños banderines uno con la bandera alemana que es donde empiezo el viaje y otro con la bandera española que es donde lo terminaré.
En un pequeño parque frente a un canal de un pueblecito llamado Beringen me puse a escribir algunos apuntes sobre los primeros 100 km que había recorrido esa mañana.
Al poco, un niño de unos cuatro o tal vez cinco años, se sentó a mi lado mostrando cierto interés por lo que escribía. Vi que sus padres estaban en otro banco próximo con otro niño más pequeño. Le sonreí y seguí con mis cosas.
El niño, al fin, me dijo algo en holandés que lógicamente no entendí. Por inercia, le contesté en inglés. El niño me miró de arriba abajo, inmediatamente me di cuenta de mi torpeza. La conversación iba a resultar imposible, levanté los hombros como diciendo que no nos entendíamos y continué con mi cuaderno. Al instante, noté que me daba un par de palmaditas en la pierna. le miré de nuevo y me dijo en perfecto castellano "esa bandera yo también la tengo en mi casa".
Al escuchar aquello, me dio la impresión que estaba ante una aparición mariana. ¡Qué casualidad! ¡Un niño que hablaba español en un diminuto pueblo de holanda!.
-Qué suerte - le dije.- tenemos banderas iguales, Entonces, lo mismo también eres español. Se encogió de hombros y asintió sin mucho convencimiento.
Se acercó aún más y me preguntó que si yo era aventurero. En ese momento pensé que me preguntaba aquello como si se tratara de mi profesión. Le contesté que no, que solo viajaba en bici aunque fuera un viaje largo y de muchos días.
Él seguía mirándome esperando que dijera algo más, pero yo no sabía que más contarle.
Miré a sus padres y desde lejos me saludaron con una atenta sonrisa. Le pregunté al chiquillo como se llamaba y me dijo que Nando y como si al decir su nombre se hubiera sellado un pacto de profunda amistad y confianza, apoyó su pecho contra mi pierna que agarraba con ambas manos y empezó a hablar como una cotorra, me decía que su padre también montaba en bici aunque la mía era más bonita porque tenía banderas y que también era aventurero, que se llamaba Juanjo y su madre Sabine, decía que él también tenía una bicicleta y una vez cuando era más pequeño se fue con su padre montando en bici al pueblo de sus abuelos.
Me hizo mucha gracia, le revolví un poco el pelo y le dije ¡qué suerte tienes!. ¡Una bicicleta y un padre aventurero!
Se le encendió la cara y me soltó, -Si, mi padre ha hecho muchas aventuras.
No se que hizo que se disparara su entusiasmo. De pronto le vi totalmente enardecido, cogiéndome de la mano y tirando de mí empeñándose en llevarme al banco donde estaban sus padres.
Como es de suponer yo me resistía cuando Nando empezó a gritar. -"Papá, que dice este señor que te lleva con él de aventuras....."