Cada vez que regreso, el peaje que pago es más alto, especialmente a estas alturas de emociones poco definidas o más bien contradictorias, en donde no queda ya nada de esa conciencia cabal. Son malas sensaciones a las que ya ni siquiera se les busca la más mínima justificación. Frustraciones por el desamparo que propicia la soledad, o simplemente miedo a perder ese norte que, aunque ya difuso, tantos años me ha servido de guía en esta vida.
En cualquier caso, hay que seguir cumpliendo con la rutina porque, como todo el mundo sabe, el que no regresa, no se puede volver a ir.
El único consuelo es saber que dentro del propio mundo hay otros muchos mundos. Cada personaje crea su propio viaje, su propia vida, su propio mundo y aunque parezca asombroso ni todos los viajes son de ida y vuelta, ni todas las vidas pueden comprobarse. Por eso, es mejor pensar que ni siquiera existen.
Aún así, cada vez que regreso de cualquier lugar, se genera una inevitable inquietud por ese destino distinto, si en vez de volver no lo hubiera hecho, es como regresar del lugar al que no se vuelve.
Pero no hagan caso, poco puede aventurar este ignorante, solo alguna consideración extraída de su propia experiencia y como mucho alguna presunción poco fiable.