viernes, 26 de mayo de 2017

Lo que queda por decir



Si fuera capaz de deshacer todo,
solo dejaría ese tatuaje invisible
que recuerda a modo de reproche
lo que quise y no pude.

Quise escribir poemas que no
aludieran al aire ni a la noche;
poemas que no nombren flores, 
ni pájaros, ni fuentes, 
poemas que no hablen del mar ,
pero tampoco de las estrellas,
que no mencionen luces ni sombras.

Solo, versos escritos con los dedos sobre una piel;
sin comparaciones, ni metáforas; 
con aroma al humo de las viejas chimeneas de mi pueblo,
poemas que trasformen las miradas en palabras.

Versos llenos de la intensidad estrujada 
del abrazo sincero de un niño.

Versos al ritmo de las pulsaciones 
amansadas de aquel primer maratón


Algún día seré capaz de escribir,
poemas que digan todo lo que queda sin decir.


domingo, 14 de mayo de 2017

Ojos que miran.



Hoy, la imaginación y sus mentiras tan sinceras, 
vienen para anudar hilos sueltos
de esta realidad fragmentaria y caótica
que no se ve deja ver cuando se mira.

Hoy he mirado lentamente
como miro al camino por andar.
al mirar he pensado: mañana
caerá otra noche en el mar.

tan despacio como se empañan los cristales,
miro y pienso en las cosas
que no se acaban jamás
porque ya las he mirado
y no las he podido olvidar.

Fruto en semilla,
que se desprende al azar
de ese caos que hace el siempre,
y el mañana, y el quizá.

Lo demás es del viento y de la espuma.
Pero mi corazón en el tiempo
sabe que la mirada va más allá.

Lentamente, como un paisaje 
al quedar su historia en los ojos,
con luz propia y virgen
que da al recuerdo la forma
perpetuamente fugaz
del destino, y al instante
otra luz interior de suprema verdad
que solo se refleja en la sonrisa
o en la lágrima.

Mientras los valles se cubren
de dudosa claridad,
hoy sueño, 
y mis ojos ausentes de tiempo
se recrean en la oscuridad de una ausencia
como en la sombra de un templo
sagradamente mortal.

Mirada tenebrosa,
del primer origen
de esta incesante soledad.
Recuerdo que he mirado
lejos ya del manantial,
y bajo el puente la oscura
corriente todavía se ve temblar.


viernes, 5 de mayo de 2017

Si hay una salida, por aquí tiene que estar.




El ser humano, por su naturaleza de insana sensatez, está avocado a no reconocer como cosa propia la felicidad. Será por las limitaciones que las religiones han ido esculpiendo a lo largo de la historia en el instinto humano al modificar el gen primitivo del animal que fuimos. Al final, nos han convencido de que solo se puede alcanzar la felicidad plena, tras la muerte; en esa vida eterna que los libros sagrados preconizan.
Así es como cualquier pretensión de felicidad terrenal se convierte en falacia, en una mentira, una lejana añoranza de un bien demasiado costoso o si lo prefieren demasiado ambicioso.

Para conseguir la felicidad, hay que olvidar todo precepto espiritual, y además, se requiere una pasión avariciosa acompañada por una adecuada competencia y sobre todo, debe ir sustentada por el deseo. No la regalan hay que disputarla a cada instante, hay que ganársela a uno mismo porque la lógica de nuestro razonamiento, generalmente nos atornilla al crucifijo del fracaso y del miedo. Miedo a no ser feliz y curiosamente, cuando uno cree que lo es, miedo a dejar de serlo.

A nadie se le ocurriría competir ni siquiera consigo mismo para vencer esos miedos o mejor dicho, con uno mismo menos que con nadie.

Para contrarrestar esta piadosa mentira religiosa, el hombre inventó otra; las máscaras del carnaval.
De esta manera nos transformamos en otros en lugar de ser uno mismo, aunque, a pesar de esas caretas, nunca se llegue a olvidar que la felicidad, si es verdadera, no es más que disposición de la mente y no una condicion impuesta por las circunstancias.

Es por esa simple razón, por la que desde hace algunos años decidí evitar en lo posible la variable de "la circunstancia" y desde entonces, me quedo solo con lo mínimo.
Con el miedo justo para poder aventurarme en empresas demasiado codiciosas, el tiempo me gusta que sea limitado, para no derrocharlo a lo tonto y si lo derrocho, hacerlo a sabiendas de que tengo derecho a la pesadumbre y el arrepentimiento.
Quiero las mínimas obligaciones, para no incumplir compromisos ´
Devociones muy pocas, o a ser posible ninguna para que no me impidan ensanchar al máximo la codicia de esta conciencia irracional, que consume sus días en busca de toda clase de satisfacciones,  aunque sean ajenas.
Por supuesto, nunca olvido tener una locura siempre preparada por si me da la ventolera de disfrazarme de "loco de atar" y buscar esa salida hacia el lugar donde viven la pretensión de convertir sueños en voluntades junto a todos los otros locos propósitos excepto el de la enmienda.

Si hay una salida hacia la felicidad, por aquí tiene que estar.