La vida, debería ser solo, algunas noches.
Noches como esta,
eternas, intensas e irreales
con ese sabor amargo que otorga lo efímero
y sabor venenoso del pecado
-como si fuésemos jóvenes
como si aún pudiésemos malgastar
tiempo impunemente.
Las noches como esta,
convertidas en memoria de la juventud.
Como si despertara una vieja pasión,
como si volviesen de nuevo otras noches
para herirnos con el arma de la envidia
por todo cuanto fuimos y vivimos
y que aún a veces nos tienta
con su insolencia.
Porque esas fueron la verdadera vida.
Y lo fueron tal vez, porque el recuerdo
las salva concediéndoles el derecho de fusionarse
en una sola noche irrepetible,
donde el mundo se postró a nuestros pies
en aquella altiva adolescencia.
Larga noche de frío y de nieve,
que la memoria te la guarde como yo te guardo,
con brillos de cohetes de verbena,
en ese cielo negro donde flotan
adolescentes muertos, deseos imposibles.
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