martes, 16 de abril de 2019

También seré silencio.


Ese último silencio impenetrable.

Ningún silencio es más puro
que el silencio con el que nos mece la muerte.
Ahí nadie sabrá despertarme de lo que ignoro,
ni sabré de ese tiempo sin tiempo
que las cosas guardan
con el celo de ramas que nunca se apartan.

Nada de lo que se ha dicho,
nada de lo que se ha escrito
alberga más sabiduría que este silencio.

Continuará el pulso constante
a pesar de abstraerse del presente
donde mi presencia aún se intuye.

Hoy me amparo en la certeza
de mi próximo olvido,
del silencio que me espera,
de las ilusiones quebradas,
del paisaje del espejo donde me miro
que siempre remite
a un lugar único
de aguas aquietadas mansamente,
detenidas en otro tiempo,
y en otras miradas.

Observo la lluvia,
el suelo mojado,
el secreto que trae los colores al amanecer,
y su misterioso desvanecimiento al anochecer.
El canto del mirlo,
la metamorfosis de las nubes.
No soy insensible a esta belleza.

Lo supe al final de mis días,
justo en la decadencia,
en el ocaso.
Se han cumplido todos los augurios
que se me adelantaron:
todo el pasado se convirtió en anhelo
faltó vivir entonces, lo que ahora vivo.

Pero el tiempo que resta,  aquí sigo,
enviando cartas sin dirección de destino
a un futuro imposible para este remitente.
Todo el pasado se ha  convertido en anhelo
todo el pasado se ha perdido.