Hoy es lunes, hace dos días que acabe "El Soplao" y creo que ahora ya podré escribir algo con cierta perspectiva.
Quiero dejar constancia escrita de mi experiencia porqué se que los recuerdos arden con más facilidad que los papeles.
Quiero dejar constancia escrita de mi experiencia porqué se que los recuerdos arden con más facilidad que los papeles.
El soplao es una de estas pruebas que todos debemos hacer al menos una vez en la vida. Te deja una cicatriz imborrable en el espíritu, como cuando se consigue terminar la primera maratón, o como cuando le ves la cara a tu primer hijo.
Estos 165 km de sufrimiento, nos dejan una marca imborrable porque pagamos un peaje importante en salud mental.
No existe más que una definición para ella, es un tremendo calvario, un verdadero infierno….. Sin embargo, algo ha dejado en mi que me dice que el año que viene volveré.
Todo es difícil, desde la salida donde al haber tantas bicicletas la arrancada es lenta y se tarda bastante en salir.
A las 07.00 ya estábamos allí cuatro locos calados hasta los huesos, buscando un sitio para no salir muy atrás. Nos colocamos a unos 300 metros y tardamos en pasar por debajo del arco de salida 8 min.
A partir de aquí, todo transcurrió más o menos normal, unas subidas no muy fuertes que se van complicando por la inmensa cantidad de agua que nos estaba cayendo y por el barro que se había formado. A los 22 km primer avituallamiento. Ya no había pelotón, todo el mundo iba en hilera o en grupos más o menos reducidos.
Desafortunadamente mi única compañera fue la soledad. Perdí a mis compañeros nada más salir, unos fuimos mas rápido y otros mas despacio. No hubo consignas ni puntos de espera. Cada uno a lo suyo, aplicamos ese viejo lema tan maratoniano de "no sufrir con nadie y que nadie sufra conmigo".
En el Km 26 empieza la pesadilla, El pueblo se llama la Cocina.
Debe ser la cocina de Belcebú , una cuesta imposible, llena de barro y piedras. Hasta los primeros, los más profesionales se tuvieron que bajar y subir aquella cuesta andando, no se exactamente cual es el desnivel de aquella pendiente pero no andaría muy lejos del 20%. Pie a tierra y a empujar un buen rato.
Después de esto unas bajadas de vértigo, a toda pastilla con las ruedas llenas de barro y otros corredores por detrás que te iban apretando entre aquellos charcos y pedruscos tan traidores y peligrosos.
Un par de caídas por delante le quitaron la tontería a unos cuantos. Eso iba en serio, el barro el agua, las piedras y la sangre todo fue disuasorio incluso para los más locos. Olía a pastilla quemada, máxima tensión y mucho frío.
Y los kilómetros pasan despacio y el agua se ha metido ya en los huesos y duelen los dedos que ahora están morados. El cansancio, el barro en los ojos, y las enormes ganas de abandonar que te entran según van flaqueando las fuerzas.
Resumiendo, esto es el infierno cántabro. Un infierno tanto físico como mental.
Es llegar a subir otro peldaño o quedarte abajo vencido por ti mismo, es saber que por cada kilómetro, por cada pedalada, se paga, es arrepentirse de no haber entrenado más....es en fin, sufrir sin esperar otro beneficio que esos tres segundos de emotiva satisfacción cuando se cruza la meta.
Es llegar a subir otro peldaño o quedarte abajo vencido por ti mismo, es saber que por cada kilómetro, por cada pedalada, se paga, es arrepentirse de no haber entrenado más....es en fin, sufrir sin esperar otro beneficio que esos tres segundos de emotiva satisfacción cuando se cruza la meta.
Lo peor, la duda de que esos tres segundos lleguen.
Y al final llegaron esos tres segundos y levanté los brazos, y escuche un anónimo grito de ánimo y después lloré junto a un viejo árbol mientras alguien me cubría con una manta.
Tal y como lo cuentas, dan ganas de ...ir a verlo. Qué te creías???
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