martes, 23 de octubre de 2012

Lo peor del amanecer.





Cada noche paso miedo de ausencia y soledad;
me arropo con una amarilla melancolía otoñal y susurro tu nombre
para alejar  los monstruos del abandono que vigilan desde la oscuridad.

Me rindo al sueño con el temor a despertar sin encontrar esa pista que te delate,
esa huella que me diga que estuviste a mi lado.

Al amanecer, como un ritual, respiro profundamente intentando advertir tus aromas,
despacio, extiendo mis brazos profanando tu espacio entre las sábanas,
buscando los restos de algún calor abandonado en el mismo celo del despertar y las prisas.

Trato de imaginar tu cara para no olvidarla, pero tus caprichos,
me muestran siempre una distinta. Me siento engañado por la memoria.

Espantado por la posibilidad de perder tu recuerdo, cada mañana me desvelo
como un animal moribundo. Herido por tu ausencia, humillado por el deseo incumplido.

Amanezco por fin ante el café,  dispuesto a consumir otro lamentable día en esta existencia
donde ya sólo me queda soñarte.




martes, 16 de octubre de 2012

Se admiten intolerables.



Suena un piano y una voz rota.
Otro bourbon y otra canción en este sitio tan sucio como el rock&roll, tan lúgubre como el mejor jazz y sombrío como el luctuoso soul.
El olor allí dentro es ácido de humo antiguo y de cerveza derramada, ese aroma  propio de las noches de depravación y vicio. Ese olor que se le pega a las personas y las transforma en auténticos  desperdicios.
Algunas fotos amarillentas cuelgan dentro de la barra entre las botellas. Muestran unos personajes que tal vez fueron conocidos en otros tiempos. En una de ellas hay escrita una dedicatoria en ingles, “for Lucrecia whose blindness has always been her best view”.

Entre las fotografías una portada de un vinilo de los Lamentables con el  desgarrador título “25 años sin éxitos”.

Hay algunas personas, muy pocas, todas ellas parecen desechos humanos, su número no supera la media docena, todos  tan solos como yo, recogidos en meditaciones más o menos trascendentales, perdidos en las brumas del alcohol o en las miserias de sus vidas desamparadas.
Uno de ellos ha bebido con generosidad y arrastra su pesada mirada desde el centro de la barra al resto de parroquianos, nos examina uno por uno, no sé bien si espera reconocer a alguno o simplemente diluye su mirada por no poderla mantener fija en un sitio.  El camarero está diciéndole algo pero él hace mucho tiempo que no escucha nada.
Por detrás de la barra aparece una camarera arreglándose los labios, es una mujer madura con curvas bien definidas, su estampa denota carácter.
Enseguida se acerca al borracho de la barra, le quita la copa  y le dice que se largue con la autoridad de dueña del local.
El hombre la mira como si fuera un cordero y obedece sin replicar, se va tropezando con una mesa  y desde la puerta se vuelve como para despedirse, pero no lo hace.
El cantante es ciego lo cual le libra de ver con que apatía el escaso público bebe sus copas sin prestarle atención.
I've got a square old heart
and no one makes the parts that I need
to repair and pull me from this well
but I'll be waiting”
La música me gusta, es música triste, una extraña mezcla en la cual no podía establecer un determinado estilo, podría ser todo a la vez Soul, blues, Jazz y Rock. Me gustaba a pesar de no haberla escuchado nunca.
Apuré la copa, no quería irme, simplemente la bebí porque el subconsciente me dijo que tenía que acercarme para ver más de cerca a la camarera que en ese momento se afanaba colocando vasos en esa indecente y cochambrosa estantería enmarcada con chinchetas plateadas.
Al mismo tiempo que me acercaba, ella puso un vaso largo con hielo con una incitadora sonrisa.
Le pedí por favor que me pusiera un Jack Daniel´s  en vaso corto. Ella me contestó que no tenían, Sin embargo yo estaba viendo la botella  en la segunda balda del estante, justo entre la de Four Roses y la de  Jean Bean.
Se la señalé con el dedo y ella me miro con irónico desprecio  me dijo que lo que  no tenía eran vasos cortos.
Acepté mansamente el vaso largo y los tres hielos.
Cuando acabó de servirme la copa, se reclinó hacia adelante apoyando ambas manos en la barra mostrando su abundante escote y simplemente me dijo. “Son 7 Euros cariño, si te tomas otra te invito yo”.
Inmediatamente supe que a ella pertenecía la dedicatoria de aquella fotografía firmada en la pared. Sus ojos hablaban de tristeza, de renuncia, de abandono.
-Señora Lucrecia, siento decirle que no acepto invitaciones de extraños, -le anuncié-.
-Cariño,  me has mirado las tetas y has dicho mi nombre,  seguro que ya no soy tan extraña.
Acto seguido se sirvió una copa e hizo amago de encenderse un cigarrillo pero no lo hizo, se sentó cruzando las piernas y dejó que su mirada se perdiera en lo más oscuro del bar mientras seguía el ritmo del piano dando suaves golpecitos en la barra con los dedos indice y el corazón.

A destiempo levanté mi vaso para desearle salud, ella salio de su ensimismamiento busco un mechero y se encendió el cigarro, después de dar una profunda calada me lanzó una espesa bocanada de humo a la cara. Se incorporó y cuando estaba a punto de tocar mi oreja, me susurro: "en este sitio solo te guardaremos de lo que has dejado afuera. No busques vasos cortos o polvos fáciles. Aquí dentro no hay nada distinto del abandono".

No dije nada, solo asentí mansamente, mientras recordaba una frase que repetía continuamente mi abuela "el abandono es la felicidad de los imbéciles".

El pianista ciego había cambiado de canción como si con ello quisiera cambiar el tema de una conversación o el rumbo de algún barco perdido en alta mar. 

Apuré mi copa y tropezando estrepitosamente con una mesa llegue a la puerta desde allí miré hacia adentro para grabar en mi memoria aquel sitio del cual salí, como salía cada noche, con la intención de no regresar hasta que la perniciosa necesidad de huir del mundo me obligase de nuevo a volver.