Dormir con la ventana abierta me ha concedido uno de los más extraños regalos.
Esta mañana, tras ver como el aliento se cuajaba en el aire helado de la habitación, me he quedado disfrutando del dulce calor de las sábanas y he cerrado los ojos una y otra vez buscando este modesto bienestar que me ofrecía la cama caldeada.
El frío, como enemigo incomodo, humillaba toda piel desguarnecida y yo me ovillaba hacia adentro en ese minúsculo territorio que limita mi contorno para sentir de nuevo el intenso placer de lo absurdo.
Ahora la ventana está cerrada, la cama deshecha el café caliente y las calles todavía heladas, esperando afuera.
Las camas templadas todo un lujo.
ResponderEliminarA veces el frio no está en la calle.
ResponderEliminarNo hay mejor sensación que la de despertarse y escuchar la lluvia y el viento afuera, acurrucarte entre las sábanas y que la casa huela a café. No habrá ninguna mente privilegiada que invente una ducha de cama?
ResponderEliminarNo sé si tendría demasiado éxito, Mire usted por ejemplo la cuña tan necesaria en ciertas ocasiones y tan barata, pues por ahora no conozco a nadie que la tenga por capricho y cosas peores se tienen en los cajones de las mesillas.
ResponderEliminar