sábado, 23 de noviembre de 2013

Tremendo placer insustancial.



Dormir con la ventana abierta me ha concedido uno de los más extraños regalos.
Esta mañana, tras ver como el aliento se cuajaba en el aire helado de la habitación, me he quedado disfrutando del dulce calor de las sábanas y he cerrado los ojos una y otra vez buscando este modesto bienestar que me ofrecía la cama caldeada.
El frío, como enemigo incomodo, humillaba toda piel desguarnecida y yo me ovillaba hacia adentro en ese minúsculo territorio que limita mi contorno para sentir de nuevo el intenso placer de lo absurdo.
Es un instante mágico, donde solo ceder de nuevo ante el sueño, a ser posible para siempre, sería lo más razonable después de tantos calvarios en esta vida que certifican su perdición; todo sería dado por recobrar esa parte de la vida que es el sueño, donde hay banderas de inocencia.

Ahora la ventana está cerrada, la cama deshecha el café caliente y las calles todavía heladas, esperando afuera.



4 comentarios:

  1. Las camas templadas todo un lujo.

    ResponderEliminar
  2. A veces el frio no está en la calle.

    ResponderEliminar
  3. No hay mejor sensación que la de despertarse y escuchar la lluvia y el viento afuera, acurrucarte entre las sábanas y que la casa huela a café. No habrá ninguna mente privilegiada que invente una ducha de cama?

    ResponderEliminar
  4. No sé si tendría demasiado éxito, Mire usted por ejemplo la cuña tan necesaria en ciertas ocasiones y tan barata, pues por ahora no conozco a nadie que la tenga por capricho y cosas peores se tienen en los cajones de las mesillas.

    ResponderEliminar

Muchas gracias por sus comentarios.