sábado, 25 de junio de 2016

¿Cuándo dijiste que vendrías?



Allí estaba definitivamente abandonado, ocultando con pudor la cara tras un ramo de flores que empezaba a justificar el intolerable olvido, o tal vez desprecio, de la bella dama a la que pacientemente esperaba aún a sabiendas de que desde hace tiempo a ella, él ya no le importaba lo suficiente.

El pudor es una forma digna de negociar con el miedo. Como ese polvo depositado con lentitud por el tiempo sobre los fracasos.
Otra vez estaba allí,  en ese transito que no lleva mas que de la nada a la nada, recorriendo esos sinuosos recodos que nos ofrece la vida y que son tan difíciles de justificar.

Así es la vuelta a casa tras la decepción. Cargado con algún ridículo ramo de tristezas o de flores, dispuesto a escuchar una voz metálica al teléfono con otra piadosa excusa, capaz de sustentar de nuevo la razón de mi abandono.
Aunque en el camino, ya  vaya cultivando en esa imaginación más calenturienta la posibilidad de que su  justificación sea redentora y capaz de dejarla libre de toda culpa.




2 comentarios:

  1. Hace tiempo que una idea me ronda la cabeza: la costumbre del ramo de flores como bienvenida. No sé si puede tener algo que ver con esa pudorosa concepción de no decepcionar demasiado y desviar la atención ante algo más bello que nosotros mismos(como si eso fuese posible). También está el poder esconderse tras él cuando nos abandonan y hemos llamado la atención de la concurrencia.

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    1. Usted habla de esconderse por la vergüenza del abandono y fíjese que a mi me parece que el abandono tiene cierto carácter benigno. No olvide que son el abandono y la humillación lo que produce mayor desasosiego pero evitan la terrible indiferencia que es de lo malo, lo peor.
      Personalmente, como arma dañina, prefiero el olvido al abandono o la pérdida. pues en el olvido no existe la posibilidad del encuentro ni del amparo.
      El olvido es la nada.

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Muchas gracias por sus comentarios.