domingo, 18 de diciembre de 2016

¿Cual, cual era la claridad?



¡Apagad las luces,
que no despierte el rocío,
que no caiga de la hierba verde,
ni de la rama seca!.

Las luces se revelan ante toda oscuridad
y al final, como alfil victorioso,
recorren infinitas diagonales.
Luz que nos muestra lo que somos,
lo mismo da que seamos sueño.
o reflejo del espejo.

¡Apagad las luces,
que no despierte el rocío,
que no caiga de la hierba verde,
ni de la rama seca!.

Rocío que nace como el suspirar
pero sin la pena por ser de nuevo abatido.
Todo podía ser desilusión, y no lo es.
Existe la certeza de un nuevo rocío.
y esto es lo que está escrito.

El regreso de una escarcha dulce, cada mañana
tejida con saliva de palabras
que derraman una sangre ácida
sobre una derrota garantizada.

Gozo, aliento, sometimiento, penitencia, y fin.

No hay tiempo de curar heridas,
girará de nuevo la rueda;
solo queda gozar de esta luz sigilosa
que con infinita calma descubre el reflejo,
mata el relente y ahoga el suspiro.

Ya solo queda seguir buscando a tientas
la sustancia bajo el plato del perro,
y ofrecer lo único que existe para dar,
rocío, luz y noche.

¡Apagad las luces,
que no despierte el rocío,
que no caiga de la hierba verde,
ni de la rama seca!.



domingo, 11 de diciembre de 2016

El absurdo a veces, es incondicional.


El más allá está, en cierto modo, supeditado a la conciencia que uno tenga y a los pasos que se hayan ido dando, que de alguna manera van dejando marcas en conciencias tanto propias como ajenas.

Hoy sin ir más lejos, me he fijado en la baba que dejo algún bicho y empujado por esta incongruente conducta que desde hace tiempo rige mi vida y sin mas curiosidad que la falta de ocupación, me he dispuesto a seguir ese rastro con la certeza de que tras esa baba encontraría al bicho.

Cada poco me agachaba para comprobar que las pistas seguían siendo las correctas pero al cabo de unos cuatro o cinco metros la marca empezaba a perder entidad siendo bastante menos evidente.

En ese momento, la lógica me dijo que estaba errado en el sentido de la marcha, por lo que decidí dar la vuelta y continuar escrutando meticulosamente la huella pero en sentido contrario.

Estaba inmerso en estas cavilaciones y devaneos cuando observé que alguien contemplaba mis vaivenes, encorvamientos y zozobras. De inmediato decidí poner más interés y empeño en la rastreo, como si se tratara de alguna cosa de mayor envergadura y trascendencia. Sería ridículo que cualquiera creyera que uno andaba por allí tras el rastro de una babosa.

Sin desdeñar mi objetivo, que era alcanzar al bicho, di un par de vueltas tratando de disimular así lo absurdo de mi empeño.
El hombre que me observaba y al que miraba de reojo, mostraba cada vez mayor interés por la situación que en ese momento yo, ya había empezado a interpretar como un engaño.
El hombre, llegó incluso a levantarse y se acercaba examinando el suelo con intensidad e interés similar al mío.
Dicen que el ser humano, tiene entre otras virtudes la de apiadarse de los demás.

Empece a elucubrar, y dentro del absurdo, deduje, que ese sujeto (que por otro lado, tampoco tendría mucho que hacer) vendría dispuesto a arrimar el hombro, para ayudarme a buscar lo que a su parecer estaría perdido.

Definitivamente, se detuvo ante mi y sin que me preguntara nada, le mentí diciendo que se me han caído las llaves del coche.

Había oído que nuestras mentiras revelan de nosotros tanto como nuestras verdades, pero si la verdad y las mentiras vienen a ser lo mismo entonces acababa de convertirme en un gilipollas integral.

Como consecuencia de aquella estúpida mentira, nos encontrábamos dos desconocidos unidos por el objetivo común de una búsqueda sin definición alguna.
El hombre buscaba unas llaves y yo estaba empezando a buscar la dignidad que acababa de perder tras la pista de una babosa que ya nunca sería capaz de encontrar.

Allí estuve durante un tiempo impreciso pero eterno, fingiendo la aflicción de un desastre mientras simulaba una estéril exploración con la esperanza de que el hombre, desistiera en su empeño por encontrar lo que nunca se perdió.

Pasó una señora con dos niñas, una pareja de ancianos y más tarde un chico joven corriendo, todos mostraron, cierto interés en nuestra diligente actividad aunque afortunadamente no llegaron a preguntar. De haberlo hecho, no hubiera tenido más remedio que continuar confirmando mi mentira y no puedo ni imaginar como hubiera acabado aquella disparatada situación.

Finalmente, con disimulo, dejé caer las llaves unos cuantos metros más atrás. Hice grandes aspavientos propios de la alegría que me hubiera producido el hallazgo y agradeciendo a mi improvisado compañero su ayuda, me fui a casa  con la pesadumbre de no haber encontrado la babosa y un pensamiento recurrente que me prevenía de la imposibilidad de justificar este absurdo comportamiento.

Me temo que los dioses ya no tienen tiempo para nosotros.



sábado, 3 de diciembre de 2016

El silencio



Es este rotundo silencio
el que desadormece un sueño
rendido ante el desanimo
de horas inagotables.

Horas marcadas por un mínimo reloj
de retumbar lento como un latido,
al son de todas las nostalgias

Un silencio que penetra en la noche
con el mismo desprecio con que invade un féretro.

La ventana, se muestra aún sin luz,
enmarcando un vacío infinito.

El cálido confort de la cama revuelta,
incita a recuperar ese sueño perdido.
mientras van desfilando
por la pasarela del insomnio
extraños pensamientos
que recitan siempre una cansina oración:

"Morirse tanto tiempo, para al final morirse".