Hace algún tiempo, que vengo a dar en sentir un temor que actúa como si fuera
un veneno circulando por mis venas. Una especie de cobardía que poco a poco
paraliza la torpeza de estos pasos que me llevan, a veces, a darme por vencido
con el mismo desaliento, con que lo haría un fugitivo harto de escapar.
Simplemente, con el caer y recaer en la obligación del vicio, aunque solo sea del tabaco, se hace perceptible ya, que poco a poco, la mala suerte va retrayendo la expectativa del deseo y que inexorablemente la desgracia va rellenando ese
espacio dejado por esos anhelos que los años y el mal augurio se han ido llevando. En
definitiva, el destino queda convertido en otro dato más de esa suma que siempre
sale negativa.
Tal vez, toda la culpa de estos malos sentimientos sea de las rutinas, que se adueñan cada cuatro o cinco años de mi y que llegan a pesar tanto que me hunden hasta que me ahogan.
Ahora ya hace cuatro años que llegué aquí y ya no encuentro cambios sustanciales. Veo que todo lo que hago, se ha convertido en rutina. Esta rutina recurrente, que se hace, pero nunca se inventa.
A lo peor, pudiera ser esta carencia de voluntad por hacer o conocer, lo que determina que uno, al final, lo acabe achacando todo a su ineficiencia.
Ahora ya hace cuatro años que llegué aquí y ya no encuentro cambios sustanciales. Veo que todo lo que hago, se ha convertido en rutina. Esta rutina recurrente, que se hace, pero nunca se inventa.
A lo peor, pudiera ser esta carencia de voluntad por hacer o conocer, lo que determina que uno, al final, lo acabe achacando todo a su ineficiencia.
En estas horas bajas, solo me dejo llevar aunque reconozco que esa es la mejor
manera de no ir a ningún sitio. Sé también, que todo se puede justificar, pero no soy capaz de admitir una vida monótona. Al menos, eso es lo que digo para redimirme con esta
especie de comprensión benigna que genera la complicidad que siempre tuve conmigo mismo.
Pudieran ser solo horas bajas a las que también tengo derecho. Momentos
en que incluso, la ironía falla ante el espejo, aunque uno se haya visto en él
reflejado en ocasiones aún más duras.
A pesar de todo, he de admitir que nunca fui un hombre de muchos recursos, aunque bien es cierto, que siempre tuve más
suerte de la que merecía, y esa suerte es la que al cerrar los ojos cada noche, hace que en
el intervalo del sueño se fundan las ocupaciones de la conciencia y la
memoria y me traiga al recuerdo, esa mano que añoro cuando me roza el cuello o en el mejor
de los casos me acaricia la nuca, aunque algunas veces solo lo haga para medir la
distancia entre mis orejas y otras simplemente para indicar el lugar exacto donde la puntilla penetrara en su incisión
mortal.
La insistencia de
algunas ocasiones, es lo que mejor reconozco en mi vida y si este sueño se repite con alternancia y continuidad es porque echo de menos la lumbre de mi casa, el perro que me ladra y ese loro que me insulta desde la devoción y el cariño.
Mi vida al final es una reiteración como la de este sueño y sospecho que cada cuatro años, necesito cambiar de lugar, porque noto que ya nada es nuevo para mí. Veo que todo a mi alrededor tiene una vida propia y monótona. Descubro que siempre paseo por las mismas calles, me encuentro con las mismas personas, e incluso utilizo las mismas palabras y lo peor, es que cuando me quedo completamente solo, empiezo a notar ese temblor seco del árbol caído.
Por eso sé que nada más me espera aquí. Me quedo con una mínima conciencia de lo pasado y con este último deambular de rumbo improvisado por lo que me da la gana, por el placer de lo que quiero, por la
dicha de lo que está más a mano y por la desdicha de esta rutina que se ha convertido en perdición sin remedio ni compañía.
La decisión está tomada, el azar del destino rueda de nuevo por el tapete para señalar otro punto distinto donde marchar para espantar esta apatía que aquí se está convirtiendo en hábito.
La decisión está tomada, el azar del destino rueda de nuevo por el tapete para señalar otro punto distinto donde marchar para espantar esta apatía que aquí se está convirtiendo en hábito.