Aburrirse es una forma de cansancio, una suerte de desánimo vital que incrementa el desaliento mientras el tiempo según pasa nos va robando las ilusiones más intimas.
Este tedio y otros desastres han ido deteriorando los sentimientos y junto con la excesiva precariedad de los afectos, han acabado convirtiéndome en una especie de viudo anticipado al que todos los días cuando despierta, el primer fulgor que le viene a la cabeza le atormenta con la monserga de unos obcecados pensamientos que reclaman a esta vida lo poco que merece la pena, que solo son un par de cosas que al fin y al cabo, la edad ha acabado extirpando.
La edad que ahora me permite dilucidar muchas cosas y el tiempo me van haciendo reconsiderar todas las advertencias que manda la experiencia a través del recuerdo.
Todo esto, sin que haya perdón en todos los años que queden por venir. Perdonar, no es más que un gasto moral de desprendimiento y generosidad que sin una voluntad por seguir queriendo nunca liberará las asperezas de la incomprensión, por mucho que se intente transgredir la línea de lo razonable, no matará nunca el rencor.
Por fin he visto mi retrato pintado. Soy un padre pordiosero que recoge los pedazos de sus hijos con la devoción del mendigo, siendo la limosna de esos pedazos lo poco que alguna vez me hace sentir virtuoso.
Lo mejor, tal vez sea desaparecer o vivir escondido para seguir viviendo, evitar todo reconocimiento, determinar incluso que si no pudiera desaparecer, que sea todo lo demás lo que esté desaparecido.
En lo olvidado no cabe ni rencor ni perdón posible.
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