Es primavera otra vez,
aparecerá Marte por el Oeste, en el crepúsculo,
el sol del atardecer formará
lagunas brumosas sobre las eras.
Llegarán de nuevo los pájaros.
Petirrojos y tordos,
se bañan ya en la pileta de granito donde echo agua.
Los jilgueros cantan mientras anochece.
una vez más descubro a los robles brotando después
de la navidad en estas tierras.
Hoy están en flor.
Veo las cenizas esparcidas de una hoguera
en la que ardieron mis últimos poemas.
Uno de despedida y otro de amor.
Hace mucho tiempo se apagaron las brasas,
se negaron aquellas palabras
que contaban la felicidad de otro atardecer
lejano en otra primavera.
Han pasado ya dos infinitos últimos años
desde que vengo a morir aquí.
Los ríos han limpiado los cantos de sus lechos
La erosión ha roído un poco más el fondo de los valles.
Y también se ha erosionado este ciclo de la vida.
Este ser humano se hunde en este río del olvido
como el canto del autillo
que alguna primavera pasada ya escuché
y que hoy, tanto tiempo después,
a la a luz de esta luna,
suena como una música distinta.
Será porque hoy, el aire está en calma,
o porque la pena me abraza
y me envuelve como una telaraña,
me arropa como una canción,
o un perfume,
igual que me envuelve la luz de esta luna
y la bruma del valle.
Luna que inunda ojos
sin iris ni pupilas,
ojos de fuego frío de cuervos que
pasan por este mundo vacío y abandonado.
Escucho una respiración
a la luz de la luna.
Respiro.
Estoy vivo.
Pero no puedo encender otra vez la hoguera
para calentarme a su lado,
y al amparo de esta luna,
escuchar el canto del autillo
en este silencio nacido del miedo y de la noche.
ver tus ojos en el fulgor de algún reflejo.
Mantener viva la lumbre
quemando poemas que se conviertan
en humo de mil colores.
Ojalá supiera enroscar la mente sobre si misma
Ojalá pudiera volver a escuchar esta canción
infinitamente apagada
que hoy canta el autillo
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