Tan solo un saludo, simplemente levanto la mano desde lejos y hago una pequeña mueca de aprobación. Sigo siendo demasiado tímido. He dejado la puerta abierta y me fascina que alguien entre a husmear a casa, me irrita el atrevimiento, sin embargo esto es público y si lo puse o expuse aquí no es sino para vencer mi terca soledad interior.
Sea pues. Se bienvenido.
Con la edad que voy acumulando, he aprendido a asumir este declive al que cada día me va sometiendo el tiempo.
El recuerdo, vigía en la atalaya de mi conducta, enumera a cada instante acontecimientos pasados, vaticina el camino que queda por recorrer y avisa cuando llega la próxima parada: Una parada que siempre se llama Porvenir. Un lugar predecible por su cercanía y a la vez desconocido y por lo tanto un poco sobrecogedor.
Desde no hace mucho, el futuro se muestra ya casi sin asperezas. Vaticina un camino sin relieve y de pasos, lentos y sosegados por la inquietante sombra de una espera tensa.
No hay montañas que subir, o mares que surcar, solo hay un asiento a la solana donde a base de quietud pasamos a convertirnos en parte del atrezo del camino.
Un futuro con muchas pausas, sosegado y juicioso aunque todavía a esta edad que tengo, se atreve a vislumbrar alguna insinuación temerosa y fuera de toda prudencia. Planes y proyectos azarosos y expuestos fuera de la linea temporal que corresponde a este oficio de ser ya un viejo.
En las próximas páginas, ya no hay letras en negrita, ni subrayados. No existe determinación rotunda, ni anhelos de inexcusable cumplimiento.
Existen los deseos, aunque a veces pienso que son solo formas oníricas alguna vez soñadas y para reivindicar una antigua juventud o para fingir a voces que sigo siendo joven aunque en seguida, se conviertan en locuras y lamentos de otro Quijote.
Hago planes disparatados. Delirios que reactivan al loco que fui o que quise ser, dándole sentido al tiempo que me queda, intentando de nuevo la ilusión que acelere el latido de este viejo corazón.
Así voy recorriendo una senda que pasa por todo lo que hicimos y las razones de por qué lo hicimos; con sus distintas trayectorias y bifurcaciones en donde, unas veces, me aparté de la trayectoria y otras me desviaron, aunque al final siempre acabo llegando exactamente al punto donde estoy. Muy cerca ya de la Solana.
Todo está en ese camino escrito, todo lo he sabido o al menos presentido siempre.
Esas vidas ajenas que elegí y las que me eligieron, aciertos y fracasos. Nombres de gente en quien me he apoyado con fuerza y eslabones que se fueron rompiendo a pesar de mi empeño.
Todo, las cicatrices y las secuelas que dejaron las perdidas, la miseria del orgullo, la envidia, el rencor. Lo que dolió, lo que se ha disfrutado.
Absolutamente todo, hasta este mar de dudas que mece este cuerpo con sus mareas y sus olas lentas de reproches y que siempre acaban trayéndome al sosiego del banco de piedra en la Solana donde continuaré convirtiéndome en camino.
Desde este infinito mar de lágrimas, te amo, pasas por mis recuerdos igual que se pasa por una casa en ruinas. Ante mi abandono se alza único y aislado un viejo panorama de paisajes sin luna: luces suaves que nacen cada madrugada, personas tristes, niebla en las glorietas. ese cansancio azul de habitaciones alquiladas donde alguien habrá muerto alguna vez. No deberían pasar, los últimos días, tan despacio.
Vendrán las lluvias, crecerá la nostalgia como crece el amor. Alguien recordará, seguramente, un invierno del setenta y nueve y esa larga primavera del ochenta y seis.