Rentabilidad mental. Todos los seres están obligados a beber de la copa del destino.
Tan solo un saludo, simplemente levanto la mano desde lejos y hago una pequeña mueca de aprobación. Sigo siendo demasiado tímido. He dejado la puerta abierta y me fascina que alguien entre a husmear a casa, me irrita el atrevimiento, sin embargo esto es público y si lo puse o expuse aquí no es sino para vencer mi terca soledad interior.
Sea pues. Se bienvenido.
La fotografía encadena mi memoria. No solo la constriñe a lo visto. La melancólica emoción de lo irrecusable se hace visible. El alma de la fotografía es el encuentro. Si ayer fotografiaba silencios hoy fotografío mi propia voz. Este viaje tejido sobre una memoria de luces, destellos, ilusiones
ópticas, persigue una revelación. Un puente. Un puente sobre el abismo. La escenografía visible de un sentimiento al compás de mis emociones. Hoy tengo la conciencia de que una forma de ver es una forma de ser. La fotografía es un poderoso médium. Nos lleva al otro lado de la vida. Y allí, atrapados en su mundo de luces y sombras, siendo solo presencia, también vivimos. Inmutables. Sin penas. Redimidos nuestros pecados. Por fin domesticados… Congelados. Al otro lado de la vida, de donde no se vuelve.
Con la edad que voy acumulando, he aprendido a asumir este declive al que cada día me va sometiendo el tiempo.
El recuerdo, vigía en la atalaya de mi conducta, enumera a cada instante acontecimientos pasados, vaticina el camino que queda por recorrer y avisa cuando llega la próxima parada: Una parada que siempre se llama Porvenir. Un lugar predecible por su cercanía y a la vez desconocido y por lo tanto un poco sobrecogedor.
Desde no hace mucho, el futuro se muestra ya casi sin asperezas. Vaticina un camino sin relieve y de pasos, lentos y sosegados por la inquietante sombra de una espera tensa.
No hay montañas que subir, o mares que surcar, solo hay un asiento a la solana donde a base de quietud pasamos a convertirnos en parte del atrezo del camino.
Un futuro con muchas pausas, sosegado y juicioso aunque todavía a esta edad que tengo, se atreve a vislumbrar alguna insinuación temerosa y fuera de toda prudencia. Planes y proyectos azarosos y expuestos fuera de la linea temporal que corresponde a este oficio de ser ya un viejo.
En las próximas páginas, ya no hay letras en negrita, ni subrayados. No existe determinación rotunda, ni anhelos de inexcusable cumplimiento.
Existen los deseos, aunque a veces pienso que son solo formas oníricas alguna vez soñadas y para reivindicar una antigua juventud o para fingir a voces que sigo siendo joven aunque en seguida, se conviertan en locuras y lamentos de otro Quijote.
Hago planes disparatados. Delirios que reactivan al loco que fui o que quise ser, dándole sentido al tiempo que me queda, intentando de nuevo la ilusión que acelere el latido de este viejo corazón.
Así voy recorriendo una senda que pasa por todo lo que hicimos y las razones de por qué lo hicimos; con sus distintas trayectorias y bifurcaciones en donde, unas veces, me aparté de la trayectoria y otras me desviaron, aunque al final siempre acabo llegando exactamente al punto donde estoy. Muy cerca ya de la Solana.
Todo está en ese camino escrito, todo lo he sabido o al menos presentido siempre.
Esas vidas ajenas que elegí y las que me eligieron, aciertos y fracasos. Nombres de gente en quien me he apoyado con fuerza y eslabones que se fueron rompiendo a pesar de mi empeño.
Todo, las cicatrices y las secuelas que dejaron las perdidas, la miseria del orgullo, la envidia, el rencor. Lo que dolió, lo que se ha disfrutado.
Absolutamente todo, hasta este mar de dudas que mece este cuerpo con sus mareas y sus olas lentas de reproches y que siempre acaban trayéndome al sosiego del banco de piedra en la Solana donde continuaré convirtiéndome en camino.
Desde este infinito mar de lágrimas, te amo, pasas por mis recuerdos igual que se pasa por una casa en ruinas. Ante mi abandono se alza único y aislado un viejo panorama de paisajes sin luna: luces suaves que nacen cada madrugada, personas tristes, niebla en las glorietas. ese cansancio azul de habitaciones alquiladas donde alguien habrá muerto alguna vez. No deberían pasar, los últimos días, tan despacio.
Vendrán las lluvias, crecerá la nostalgia como crece el amor. Alguien recordará, seguramente, un invierno del setenta y nueve y esa larga primavera del ochenta y seis.
En algunas ocasiones cuando me sumerjo en el abatimiento, recurro a ese suspiro de aire rancio guardado en el montón de fotografías almacenadas con absoluto desorden en la memoria del teléfono. Sin saber como, en un determinado instante, me veo perdido dentro de los recuerdos que atesora la lata redonda de galletas, donde mi madre guardaba las suyas.
Siento como mi memoria queda encadenada a la melancolía de lo que inexcusablemente se va haciendo visible en el alma de cada fotografía allí guardada.
Son encuentros entre silencios y la voz propia que sale de las profundidades de esta memoria compuesta por luces, destellos,...., ilusiones.
Una revelación, un puente sobre un abismo de tiempo que nunca se ha llegado a detener como se detuvo en los instantes que quedaron ahí grabados y que aún puedo recordar.
Veo la escenografía de un sentimiento al compás de unas emociones, veo a mi padre con una gabardina blanca buscando los fondos mas vistosos para retratarnos con su Voiglander.
Las escenas inmutables en el tiempo son un poderoso médium que nos lleva a otro lado de la vida.
Tal vez sea esta manera que cada uno tiene de mirar, de ver el pasado, una parte fundamental de lo que somos y nos permite seguir atrapados en ese pasado, en ese mundo de blanco y negro donde nos convertimos en pequeñas presencias, en seres menguantes, aunque también vivamos inmutables, sin penas, redimidos de todo pecado. Congelados en el otro lado de la vida, de donde ya no se vuelve.
Sabes que ya nunca escucharás aquello que siempre quisiste oír.
Buscas por todas partes lo que jamás vas a encontrar.
Llegaste demasiado lejos navegando por ese mar de olas suaves, que te mece y te arrastra al interior del océano, en un velero con bandera de soledad.
Y si en ese rumbo incierto, con todas sus horas y días a la deriva de una vida incompleta,
abandonas el velero,
dará igual que tu mano no acaricie el mar,
más allá del destino, verás permanecer la silueta del barco abandonado
por un naufrago voluntario rendido a la sentencia que pone todas las cosas en su sitio.
Serás el que debías ser, ese que ya nadie necesita.
Con casi todo en esta vida perdido,
mucho más de lo debido.
Lo que me habéis quitado,
es lo que menos falta os hacía,
lo que más os sobraba.
Me habéis dejado en esta cueva,
donde solo encuentro apego a la soledad de este mar de desidia,
y estas cuatro cosas materiales que corresponden a una vida ensimismada.
Ya no hay nada que pueda complacer ninguna apetencia,
no pretendo nada y si hubiera una mínima tentación,
la privación es mi único anhelo.
Esta flagelación, no es más que un castigo infringido.
Un sufrimiento desbocado, que me traslada al sitio de la infelicidad,
el único lugar donde se puede penar la culpa.