jueves, 16 de diciembre de 2010

Malditas ilusiones dirigidas.



Todos salieron contentos a buscar lo que la televisión les dijo que tendrían que encontrar.
Iban unos de la mano de los otros y a la cabeza de todos, el señor gordo voceando palabras desconocidas para la mayoría.

Los niños, ese es el pretexto y a la vez el inicio de la mecha.
Esos niños que algún día dejaran de serlo, y se someteran sin extrañeza al mismo chantage que sus ancestros.
Se uniran al baile, se converntiran en otro engranage de esta rueda que alimenta al hombre gordo que anuncia, de nuevo, la Navidad.

Y así, estupidamente, seguiremos pagando lo que pidan por una ilusión fingida.

Maldita manera de pasar frío y tener hambre al compás de alguna estupida cancioncilla.




lunes, 6 de diciembre de 2010

Los gatos, por la noche, son pardos.




En la calle, ya solo reconozco miradas con interrogantes.
He descubierto que a veces, miramos a otros con la esperanza de reconocerlos o ser reconocidos.
Algunos incluso marcan una animadora sonrisa, una especie de tentación a la praxis de la correspondencia, una especie de traición a la vez que una mera complicidad.
No reconozco a ninguno y al mismo tiempo todos me parecen familiares. Un mundo extraño este de las percepciones cuando uno navega por este mar de profundas dudas, de respuestas innecesarias , carentes de preguntas o simplemente de interés.

El otro día mismo, me perdí dentro del espejo acompañando a aquel tipo que desde allí me miraba con esa hipocrita sonrisa llena de anhelos escondida tras la espuma de afeitar.

No se dónde iremos a parar.
Será la luz, la que me engaña, porque esta noche, es cierto que todos los gatos son pardos.




jueves, 2 de diciembre de 2010

Abismos



En cuanto despierte de este letargo inmenso, tal vez sea demasiado tarde y no encontraré luna ni estrellas que brillen.
Ahora dudo incluso que alguna vez hubiera algo distinto a una infinita confusión entre lo real y lo imaginario. Ni siquiera parece real el frío que acaricia mi rostro.

Tal vez mi verdadera historia haya sido enterrada por alguna fantasía que nunca fue mía, aún así desaparecer del todo me asusta.

Siento que cuando caiga, caeré en en vano, sin dejar la más mínima huella. Por esto me estremezco al borde del abismo.

Resisto sin caer, mirando en la profundidad un mar batiente, lleno de luces y sombras, que de vez en cuando susurra un nombre (tal vez el mío) y trata de convencerme para que salte.