En ocasiones, me ausento de mi mismo
y al regresar, ya no me apetece volver a entrar,
partir no es tan malo cuando se piensa en la otra alternativa.
Porque desde que el olvido dejó de ser una elección, vago desde unos pasados dudosos a otros sin certificado de garantía.
El olor de las gomas de borrar, la suavidad de una mano pequeña, la frescura de las mañanas, los roces del susurro, el despliegue de una sonrisa, el rocío en los zapatos o simplemente una hoja de laurel entre la ropa de un cajón, son trenes donde subo con la tremenda ilusión de que me lleven hacia algún destino pasado.
Con andar cansino y ese traquetear parsimonioso de la decepción, acaban siempre en la misma parada. Confusión se llama ese lugar, allí nada de lo que existe es real, pero tampoco se puede asegurar que todo sea imaginario o fantástico.
Sin ese infierno de las pasiones, ni las taras, los vicios o las deficiencias de otros tiempos, queda uno depositado como una piltrafa en el mundo de la vejez y la ruina.
Sin ese infierno de las pasiones, ni las taras, los vicios o las deficiencias de otros tiempos, queda uno depositado como una piltrafa en el mundo de la vejez y la ruina.
Es el miedo quien nos dice que la decadencia y los años no son peores que la otra alternativa.
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