domingo, 11 de septiembre de 2011

Justo es necesario.



Entre el ocaso y el amanecer me dedico a hacer heridas sangrantes en corazones desesperados. No por eso soy cruel, lo hago por solicitud previa, no sirvo a cualquiera, solo a los que me necesitan, a los que me buscan.
Hundo con mis propias manos a estos débiles en la más profunda frustración y los dejo patalear hasta que pierden el aliento y se resignan al abandono sometiendose a mi voluntad..
Entonces cuando  incluso la inercia de respirar desaparece, los libero y me retiro para que el mal rato pasado corroa su ánimo.  En ese momento se puede atisbar en sus caras una intima felicidad pues tienen otro pedazo de miseria que justifica su desgraciada vida. 
Algunos se dan cuenta de que llevan una mochila cargada de penas cada vez más pesada y reparten sus desgracias por doquier. Hay que huir de ellos o te llenan de angustias.
Otros, sin embargo, viven corroidos por la envidia, achacan al resto del mundo su ausencia de alegría, menosprecian su bienestar porque siempre podría ser aún mejor, el deseo los hace esclavos.
Continuarán viendo penas y desgracias donde no las hay,  y me provocan para que los hiera.
Ese incesante escapar de la felicidad al que son fieles muchos de estos humildes mortales, es lo que hace que su carne y su sangre me sean irresistibles.
Siempre fui bueno en encontrar estos locos que viven sufriendo sin necesidad. 
Los encierro en sus mazmorras internas más oscuras y tenebrosas y les hago confidencias al oído, les doy seductoras alternativas a esa mísera vida, y cuando se confían a mí los desamparo de nuevo y apuñalo con angustiosa lentitud  sus exiguas esperanzas.
Ante sus miradas suplicantes me río mientras los golpeo con la saña y el ardor propio de un perro rabioso. 
Pero como digo, solo me dedico a herir, matar es otra cosa, es mucho más afectivo, diría que más serio y personal.
Ese placer no se le puede negar al que se ha sentenciado a sí mismo.
Ser implacable con los agonías y los tristes eso me ha tocado en este mundo. Un oficio al que me dedico con abnegación  y devoción absoluta porque lo mío es verdadera afición,  por algo me llamo Justo.


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