Tan solo un saludo, simplemente levanto la mano desde lejos y hago una pequeña mueca de aprobación. Sigo siendo demasiado tímido. He dejado la puerta abierta y me fascina que alguien entre a husmear a casa, me irrita el atrevimiento, sin embargo esto es público y si lo puse o expuse aquí no es sino para vencer mi terca soledad interior.
Sea pues. Se bienvenido.
regresará a rondar entre sus robles,
a pasearar por sus montes de pizarra,
a importunar la transparencia de sus ríos
lanzando piedras, como hacía de niño.
Al calor de sus veranos amarillos,
con olor a mies recién cortada,
cantarán de nuevo las chicharras
en las encinas de las dehesas.
Veré otra vez, el azul completo,
de un cielo solo manchado
por vertiginosos vuelos de los vencejos.
Desde lo alto del teso, aguardaré paciente,
el repique de las campanas,
escucharé el rumor cansado del andar de los viejos,
sonando como el roce de las hojas
sumisas a la brisa.
A la noche, desde las dehesas,
vendrán perdidos ladridos
de perros sin nombre ni dueño,
guardianes de infinitas estrellas.
Mientras el tiempo, sin ningún miramiento,
irá lijando, con sosegado esmero,
la madera de este viejo roble caído,
hasta desanillar de su tronco todo su pasado.
Y su reloj seguirá siendo exacto
a las dos y treinta y dos.
Ese cielo gris oscuro, sin matices, guarda en su interior luz estremecida. Predispone a la melancolía, al capricho de ese dolor del alma, invitando al tedio con su domesticada tristeza, compañera de juegos solitarios. Esa insistencia infinita de la lluvia que reblandece voluntades, y las esconde en las olas del mar, hasta el regreso del sentido perdido. Mientras, todo queda flotando en el azul.
hasta que desaparezca el último eco, la última luz, el último alma.