jueves, 7 de marzo de 2013

Robleda.






Sé que mi espíritu, en su ultimo ocaso
regresará  a rondar entre sus robles,
a pasearar por sus montes de pizarra,
a importunar la transparencia de sus ríos
lanzando piedras, como hacía de niño.

Al calor de sus veranos amarillos,
con olor a mies recién cortada,
cantarán de nuevo las chicharras
en las encinas de las dehesas.

Veré otra vez, el azul completo,
de un cielo solo manchado
por vertiginosos vuelos de los vencejos.

Desde lo alto del teso, aguardaré paciente,
el repique de las campanas,
escucharé el rumor cansado del andar de los viejos,
sonando como el roce de las hojas
sumisas a la brisa.

A la noche, desde las dehesas,
vendrán perdidos ladridos
de perros sin nombre ni dueño,
guardianes de  infinitas estrellas.

Mientras el tiempo, sin ningún miramiento,
irá lijando, con sosegado esmero,
la madera de este viejo roble caído,
hasta desanillar de su tronco todo su pasado.

Y su reloj seguirá siendo exacto
a las dos y treinta y dos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por sus comentarios.