domingo, 10 de enero de 2016

La lasitud de las piedras



A veces me convierto en piedra y me conformo con eso, pero no debería ser suficiente ser quien se es cuando no se es nadie, ni pasar por la vida sin desenvolver siquiera el regalo del tiempo que queda desdeñado y perdido en esos momentos eternos, anclados en los relojes parados, como si fueran fotografías de memorias difusas ya sin dueño.
Tiempos mansos sin ningún requerimiento, ni la más mínima urgencia, tiempos donde tienen su morada el desdén de lo que no importa,  bajo ese cielo ponzoñoso de desidia espesa, que lo envuelve todo como una niebla de calma y apatía.
Esa es la lasitud de la piedra a la que no ofenderá nunca el caminante que la pisa, el agua que la moja ni el sol que la abrasa.


2 comentarios:

Muchas gracias por sus comentarios.