viernes, 30 de septiembre de 2011

Recados del tiempo.


Más allá del centeno se esconden los niños
todos lo sabemos, allí es donde el viento
se transforma en huracán,
donde todas las olas son gigantes.
Es allí donde  las nubes tienen formas 
y donde los relojes aún no se han inventado.


Allí, los chiquillos, con sus pistolas de agua 
y sus inocentes espadas de madera,
juegan a matar el tiempo.


Los niños que no saben nada y el tiempo que lo sabe todo
Unos son felices porque juegan y el otro porque se entretiene.


Todos se divierten en este recreo.  
Los críos pronto aprenden que no hay tiempos muertos 
pero que si hay muertos en el tiempo.
Y como se acaban los juegos, termina la infancia
porque el tiempo, que siempre pasa haciendo daño, 
poco a poco, se ha ido yendo despacito,
sin hacer ruido y como es su costumbre, 
dejando algún recado.







domingo, 11 de septiembre de 2011

Justo es necesario.



Entre el ocaso y el amanecer me dedico a hacer heridas sangrantes en corazones desesperados. No por eso soy cruel, lo hago por solicitud previa, no sirvo a cualquiera, solo a los que me necesitan, a los que me buscan.
Hundo con mis propias manos a estos débiles en la más profunda frustración y los dejo patalear hasta que pierden el aliento y se resignan al abandono sometiendose a mi voluntad..
Entonces cuando  incluso la inercia de respirar desaparece, los libero y me retiro para que el mal rato pasado corroa su ánimo.  En ese momento se puede atisbar en sus caras una intima felicidad pues tienen otro pedazo de miseria que justifica su desgraciada vida. 
Algunos se dan cuenta de que llevan una mochila cargada de penas cada vez más pesada y reparten sus desgracias por doquier. Hay que huir de ellos o te llenan de angustias.
Otros, sin embargo, viven corroidos por la envidia, achacan al resto del mundo su ausencia de alegría, menosprecian su bienestar porque siempre podría ser aún mejor, el deseo los hace esclavos.
Continuarán viendo penas y desgracias donde no las hay,  y me provocan para que los hiera.
Ese incesante escapar de la felicidad al que son fieles muchos de estos humildes mortales, es lo que hace que su carne y su sangre me sean irresistibles.
Siempre fui bueno en encontrar estos locos que viven sufriendo sin necesidad. 
Los encierro en sus mazmorras internas más oscuras y tenebrosas y les hago confidencias al oído, les doy seductoras alternativas a esa mísera vida, y cuando se confían a mí los desamparo de nuevo y apuñalo con angustiosa lentitud  sus exiguas esperanzas.
Ante sus miradas suplicantes me río mientras los golpeo con la saña y el ardor propio de un perro rabioso. 
Pero como digo, solo me dedico a herir, matar es otra cosa, es mucho más afectivo, diría que más serio y personal.
Ese placer no se le puede negar al que se ha sentenciado a sí mismo.
Ser implacable con los agonías y los tristes eso me ha tocado en este mundo. Un oficio al que me dedico con abnegación  y devoción absoluta porque lo mío es verdadera afición,  por algo me llamo Justo.


sábado, 3 de septiembre de 2011

El reflejo sin mirada.



Como un espejo, no soy nada
hasta que usted no me mira.
......
Con aquel roce sutil del perfume
y la caricia de aquella blusa azul de seda
vi perderse su mirada en la raya de sus labios.

Aténgase usted a las consecuencias de mirar sin ver.

En el asiento de al lado,
sin atreverme a seguir leyendo,
Quedé inmóvil hasta que su aroma se diluyo en su ausencia.



Algunas alternativas son mejores.


En ocasiones, me ausento de mi mismo
y al regresar, ya no me apetece volver a entrar,
partir no es tan malo cuando se piensa en la otra alternativa.

Porque desde que el  olvido dejó de ser una elección,  vago desde  unos pasados dudosos a  otros sin certificado de garantía.

El olor de las gomas de borrar, la suavidad de una mano pequeña, la frescura de las mañanas,  los roces del susurro,  el despliegue de una sonrisa, el rocío en los zapatos o simplemente una hoja de laurel entre la ropa de un cajón, son trenes donde subo con la tremenda ilusión de que me lleven  hacia algún destino pasado.
Con andar cansino y ese traquetear parsimonioso de la decepción,  acaban siempre en la misma parada. Confusión se llama ese lugar, allí nada de lo que existe es real,  pero tampoco se puede asegurar que todo sea imaginario o fantástico.

Sin ese infierno de las pasiones, ni las taras, los vicios o las deficiencias de otros tiempos, queda uno depositado como una piltrafa en el mundo de la vejez y la ruina.
Es el miedo quien nos dice que la decadencia y los años no son peores que la otra alternativa.