jueves, 29 de septiembre de 2016

Domingo de Romería, o la tortura voluntaria




Sin prejuicios, fui a mi primera romería apartándome de todo convencionalismo y sin hacer ascos a los 40 grados a la sombra, que en verano caen a saco por estos secarrales.

Estrené el rustico traje de serrano que, para mi desgracia, venía con todos los complementos: Pantalones de pana gorda, camisola de franela y manga larga, pañuelo al cuello, sin escatimar en la faja de seis vueltas bien apretadas, calcetines gordos y por supuesto, la insustituible boina de lana con rabillo.

Tras el impagable esfuerzo de madrugar en domingo, comienza esta jornada cuando todavía no son las ocho con un indescriptible estruendo de dulzainas y tamboriles.
El sonido punzante de la dulzaina y la poca destreza de los músicos empiezan a insinuar la terrible tortura a la que vamos a ser sometidos durante el resto del día.

Los más animosos, aparentemente disfrutan danzando una monótona y repetitiva jota cuyo baile consiste en dar dos pasos para adelante, otro para atrás y después un giro completo. Suelen ser mujeres y no empiezan a beber hasta más tarde. Sus rostros muestran una especie de contractura mística, según me dicen, por el miedo dejar en evidencia la falta de enjundia de tan poco ensayo.
Lo peor, es que una vez metido en la rueda del baile, uno está obligado a completar el recorrido que, a pesar de no ser muy largo, se convierte en el camino al mismísimo infinito.

Los hay menos entusiastas, normalmente hombres, que, sin ninguna gracia, beben vino de las botas. No lo hacen con el afán de calmar su sed, la mayoría bebe para mostrar su destreza a la hora de dirigir el chorro, como si se tratara de un concurso de niños orinando en algún agujero.

Por último, los músicos que deben escogerlos entre las personas con la audición mermada o definitivamente sordas. Estas personas son inmunes al desaliento, inagotables fuelles que soplan una y otra vez la misma melodía convirtiendo en mártires a todos los que los van padeciendo en santa campaña.

Así empezó esa mañana de romería,  vislumbrando con el ánimo compungido, la jornada que nos esperaba y la tremenda elasticidad de la que hacen gala las horas según que situaciones.

Dicen que un clavo, saca otro clavo. Creo que por eso los rocieros recurrían a la extenuación por cansancio o al enajenamiento de la borrachera para sobrellevar con alguna dignidad ese calvario. No se dan cuenta de que solo son penitentes dispuestos a añadir mayor mortificación a las largas horas de ese día de infernal calor, polvo irrespirable, dulzainas estridentes, sebos y pancetas poco saludables y mucho vino barato.

Tengo que admitir que mi único error fue ceder al capricho de otros y participar voluntariamente en tal evento, sin embargo, viendo que mi presencia allí solo podría acarrear males mayores, decidí huir de aquel insufrible castigo antes de ceder a la tentación de matar a algún "soplagaitas" de esos que por allí desfilaban con sus sonrisas impávidas como si disfrutaran de tamaña tortura.

A la hora del Ángelus, en medio de aquella solana, con la boina bien enroscada y mi flamante traje de paleto, me fui, muy despacito y sin hacer ruido, hacia ninguna parte siguiendo las líneas de aquella abrasadora carretera.


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Este afanoso vicio de vivir es un sueño inevitable.







Por fortuna los sueños siempre están dentro de uno y no hay nadie que los pueda interpretar mejor.

A pesar del tiempo transcurrido y de que todo haya cambiado, jamás olvidaré la geografía de aquel otoño, que como todo desde entonces comenzaba un 21 de septiembre.

Es cierto que la vida tiene muchos recodos, muchos más de los que cualquier mente calenturienta pueda inventarse. Aquel día 21 de septiembre la suerte, que es algo que no se puede comprar con dinero, llegó por uno de esos derroteros que ni siquiera hoy día puedo contemplar como cierto sin cerciorarme previamente de que no estoy en un sueño y aún así, a pesar de todo, no consigo confiar plenamente en esta certidumbre porque, la adversidad y el infortunio los tenía ya enraizados en mis limitadas expectativas desde la más temprana infancia.

Probablemente esta dicha sobrevenida, sea merito de algún diablillo ya que un servidor tenía por costumbre vender su alma al mejor postor aunque, a sabiendas de su escaso valor,  nunca abusó pactando el precio.

Desde entonces algo cambió mi historia y ya lo único que me planteo seguir soñando con el mismo deleite esta vigilia tan acogedora y confortable,
Sé que cuando se sueña, es cuando más intensamente se vive y a mi esta vez me ha tocado vivir un sueño donde siempre brilla la misma estrella.

Paco Rral

jueves, 15 de septiembre de 2016

Ese miedo que no se puede esconder.





Tengo miedo.
Me tumbo a su lado buscando un consuelo y toco su piel que ahora me parece más suave que nunca y escucho el leve rumor que emite la angustia derramada en esos suspiros que escapan de su freno.

No sé que hacer, no estoy a la altura. Tengo mucho miedo.

Busco palabras para dar algún alivio, algún ánimo, pero me quedo callado. Solo me quedo a su lado y el silencio empieza a hacerme un terrible daño que sufro como sufren los cobardes, sin resistencia.

Nunca estuve a su altura.

Necesito encontrar palabras precisas que enmarquen con la exactitud de un reloj suizo  estos sentimientos que siempre fueron impensables.
Habría que inventar esas palabras capaces de escapar a cualquier razón, palabras que hablaran del dolor del alma, palabras que expresaran lo desvalidos que estamos sin lo que tanto queremos. La insignificancia de una imagen dentro de espejos rotos en mil pedazos.
Palabras para definir el miedo que me rompe las entrañas al mirar esos ojos marcados con las huellas de todas las lagrimas derramadas en la trampa de la soledad.


PacoRral



domingo, 11 de septiembre de 2016

Cuanto vale el último segundo?.






He conocido demasiado bien esta limitación a lo finito que nos impone el reloj, la inquietud y la duda que nos traen los años sin saber si merece la pena vivir esta vida acotada a su capricho. Tiempo capaz de cambiar la fortuna por lo adverso, sin hacer ruido, como una luz cuando se convierte en sombra.

Siempre a merced del tiempo, de ese amasijo de dirección única y sentido incierto.
Sólo somos sombras retenidas. Puntos únicos sin principio, sin final, sin dimensión alguna que nos pueda certificar.

La única venganza posible es reírse de esta existencia porque todo lo que nos afecta, permanecerá solo lo necesario.

Al final no quedará duda de si será el mismo tiempo quien nos haga desaparecer eternamente, a sabiendas de que él es simplemente lo contrario a cualquier eternidad.