Tan solo un saludo, simplemente levanto la mano desde lejos y hago una pequeña mueca de aprobación. Sigo siendo demasiado tímido. He dejado la puerta abierta y me fascina que alguien entre a husmear a casa, me irrita el atrevimiento, sin embargo esto es público y si lo puse o expuse aquí no es sino para vencer mi terca soledad interior.
Sea pues. Se bienvenido.
Sigo una senda que transito solo.
Nadie más dejará su huella en esta singular vereda
que comienza donde nació la primera luz
y acaba justo donde los pasos se detienen.
Los dioses no tuvieron tiempo
de concederle la esperanza de otro destino
pero.......
¿Qué mayor esperanza que la de alcanzar
ese páramo originario y definitivo que es la nada?
El tiempo nos va ganando todas las batallas y cada derrota sufrida nos acarrea un mayor abandono y desanimo por el fracaso. Después de unas cuantas derrotas, acabaremos cayendo en el descuido y esta flaqueza solo conduce a dejar de ser lo que se es.
Las derrotas, crean una sensación tan ingrata, que a lo único que incita, es a dejarse olvidar.
Desgraciadamente un servidor es un hombre demasiadas veces vencido, por eso cada cana que peino es en honor a una batalla perdida con merecimiento.
Bien es cierto, que esto poco importa, ya que uno ha vivido siempre en la inopia y nunca se enteró de la misa la media.
El mejor arma que me queda para afrontar esta lucha, son las palabras. Al menos, es un arma que considero peligrosa.
Lo que se expresa y se piensa es tan arriesgado y expuesto que hay quien dice que sirve para todo, hasta para aplazar la muerte.
Ya sé que debería escribir alguna experiencia curiosa, o algún sentimiento extraordinario o tal vez la rutina de un diario, pero de estas desdichas es mejor no contar nada, cabalmente no merece la pena.
Mejor les cuento que cuando era niño, todo tenía mayores proporciones que ahora, los lugares, los tiempos, las distancias como si desde entonces hasta hoy existiera una irremediable desigualdad.
Recuerdo que pasé toda mi infancia queriendo ser listo, pero no un listo cualquiera, deseaba con tesón y firmeza, ser "el más listo", y aunque puse todo mi empeño en ello, solo pude destacar por tarambana.
En realidad, tuve muy mala suerte, desgraciadamente solo llegué a ser uno de esos atolondrados que quieren hacer las cosas bien pero irremediablemente siempre le salen mal.
Ahora, sin duda por culpa de esa desproporción que hay entre lo que estoy viviendo y lo que aún recuerdo, me conformo con disfrutar de cualquier cosa sin remordimientos ni resquemores, de gozar de todo como un tonto del culo.
Me conformo con lucir cara de tonto dichoso, resultado de vivir en una satisfacción continua.
Realmente, la magnitud de esfuerzos tan tremendos que se necesitan para ser listo, no siéndolo, solo puede llevar a la extenuación y con ella a una rendición incondicional.
Si a esto le añadimos, que la vida y la muerte son fruto de la misma simiente y que en el mundo hay ya demasiados listos (muchos de ellos desgraciados), la única pretensión alcanzable que me queda es la de ser un gilipollas feliz.
En los hombres, todos los fundamentos son parecidos incluida la rutina de la pobreza, que siempre lima cualquier ambición, como suele ser su costumbre.
La transformación de un hombre comienza en una parte tan remota e insignificante, que no se aprecia hasta que un día corriente pero inevitable, uno se percata de que el sol ya no luce de la misma forma.
Por muy arrogantes que sean, un día sabrán que ya están más maduros de lo que quisieran.
Todos serán tentados alguna vez por la resignación aunque sean soberbios y altivos.
Hasta los más crueles verterán lágrimas como prendas de culpabilidad por haber sido cómplices del dolor y el daño.
Para todo mortal, los años seguirán minando la consideración que tuvieron al futuro.
¡Todo lo determina esa transformación que comienza con tan poco y nos acaba sometiendo sin advertencia!.
Un cambio que llega como un perro proscrito de esos que ladra sin asustar ni convencer, uno de esos animales que recelan y no se arriman.
Esta trasformación arruina la herencia de lo que fuimos, pervierte la vida cotidiana con un vano intento de regreso a lo anterior o a la transgresión de un futuro que nos limita a lo poco que acabaremos siendo.
Finales depresivos por la perdida y el olvido o quizás resacosos por el recalcitrante sueño de un futuro que nace en la añoranza del pasado.
Lo peor, es que aún a pesar de ser esta una mínima desgracia, nos pillará siempre allá donde estemos.
En estos últimos años he ido cayendo en la cuenta de que cualquier imaginación me parece mejor que la razón, que el deseo me agrada mas que la renuncia y que siempre he justificado mejor el placer que el sufrimiento.
Que solo me quejo de lo amargo que resulta un recuerdo lleno con tantos años de soledad y que le voy echando la culpa de estos delirios a los años que tengo, como si lo que se hubiera cumplido con ellos no fuera otra cosa que el mismo destino.
La vida es lo que es, la mires por donde la mires, aunque al echar a volar la imaginación uno acaba convencido de que es distinta. Me engaño pensando que es más lo que se desea que lo que se tiene, que es más lo que se imagina que lo que se ve, que la felicidad se puede almacenar sin que en realidad se termine en el momento que se disfruta.
Se que alguien me dirá que llenar la cabeza con más pájaros de los necesarios, acaba malbaratando lo poco que pueda quedar de ella.
Lo mejor, tal vez, sea resignarse a ser dueño de esta ración de soledad y abandono que los años van repartiendo y mirar con estos ojos que ya se van encaminado a la ceguera, como poco a poco se deshacen los nudos que nos atan a este mundo.
Sé que soy un hombre que vive con la única idea de lo que se imagina y no con la certeza de los conocimientos, por eso casi todas mis percepciones, creencias y pensamientos, resultan tan difíciles de explicar.
Trataré de hacerlo pero a la particularidad de la situación, se añade la dificultad en la concreción de los hechos y mi carencia de expresión.
La cuestión es que hoy volviendo a casa he experimentado una sensación rara, como si estuviera en otro lugar pero sin cambiar mi ubicación.
Durante un indeterminado tiempo, de duración tan imprecisa que bien pudiera haber sido tan eterno en su transcurrir como efímero en mi espacio, tuve el presentimiento de que alguien en otro sitio distinto estaba pensando en mi y tiraba de mi desplazándome, no a un lugar concreto, sino a una concepción distinta de la realidad que estaba viviendo en ese instante.
Fue como si el tiempo hubiera patinado entre el sueño y la memoria.
Me ha parecido que quien quiera que fuera me incluyo en uno de sus pensamientos positivos.
Aunque esto lo digo sin ninguna ayuda fiable de la memoria que siempre la tengo contaminada por los sueños, ni de la certeza que conmigo hace tiempo que abandonó su certidumbre.
Digo que el pensamiento que tuvo fue positivo porque durante ese tiempo de arrobamiento y enajenación, he experimentado un estado de felicidad extraño, como una especie de lucidez rara capaz de iluminar esta conciencia que tengo hace tiempo en trance de suspensión.
Me encontré como suspendido sin gravedad en un espacio que no se podía medir porque, como en los sueños, ese espacio carecía de la menor identidad.
Veía una tremenda inmensidad de árboles cubiertos con los enormes colores del otoño. A la vez se podía apreciar una brisa húmeda, cálida y dulce parecida a la caricia que induce al beso.
Ahí certifiqué que la deuda que acumula el tiempo es por el mero hecho de haber transcurrido y gracias a eso, me di cuenta de que esa deuda se adquiere viviendo, aunque con frecuencia, lo que se vive sea mucho más de lo necesario.
También me vi sin propiedad ni renta, ni nada que signifique que en algún sitio pudiera haber algo que fuese mío.
Me he sentido como el traje viejo que vistió en las nupcias y las exequias, festejando con las mismas galas distintas ceremonias.
Vi lo que un día fui y me conmovió la idea de que tal vez, no todo quede perdido por completo.
Al final, pude apreciar la resignación de quien no se avergüenza de apiadarse de si mismo por pedir perdón o por perdonar.
Sin embargo no he conseguido descifrar ni quien pensó en mí, ni cual fue su pensamiento, aunque mucho me temo que solo mi perro Tomás sería capaz de involucrarme en sus reflexiones sin titularidad alguna que lo ampare, ni autorización previa que lo pudiera redimir.