Tan solo un saludo, simplemente levanto la mano desde lejos y hago una pequeña mueca de aprobación. Sigo siendo demasiado tímido. He dejado la puerta abierta y me fascina que alguien entre a husmear a casa, me irrita el atrevimiento, sin embargo esto es público y si lo puse o expuse aquí no es sino para vencer mi terca soledad interior.
Sea pues. Se bienvenido.
Tengo que confesar que
siempre tuve grandes dificultades a la hora de elegir. Nunca sé que será lo más
conveniente y por eso pierdo gran cantidad de tiempo imaginando los derroteros
por los que me llevarían cada una de las elecciones posibles.
Esta carencia me ha
convertido en un avezado disimulador o si lo prefieren un ser de los llamados
cínicos vergonzantes.
A veces, para evitar
elegir, me da por buscar refugio de la realidad, en ese tiempo indefinido e
impío en donde los muertos tienen más voluntad que los vivos.
Me refugio en
fantasías, en remotos lugares de mi cabeza, donde la vida solo consiste en
estar sin otra expectativa que no sea la inevitable transformación en vegetal o
mineral.
Al fin y al cabo, la
imaginación es una especie de guarida, o al menos, un lugar más o menos
concreto, donde la averiada voluntad o la falta de intereses se disimulan mucho
mejor. Fíjense ustedes hasta donde llega la cosa, que ya llevo tiempo con la
concepción de la vida como algo absurdo, demasiado dirigida y enquistada.
Esta inquietud, poco a
poco va minando mi maltrecho cerebro y estoy dispuesto a salir de este juego
pero sin otra precipitación del que simplemente, quiere irse.
Creo firmemente que
hay un proceso de absorción y manejo mental del que todos somos cómplices. En
él, los individuos desarrollan sus potenciales, sentidos y habilidades con un
único objetivo, garantizar la continuidad del sistema o de la vida que les ha
tocado en suerte.
Este es un proceso de
somatización que comienza en el mismo momento en que nacemos para asegurar así
el éxito en la correcta formación de personalidad, conducta, e identidad del
individuo.
La primera lección que
nos enseñan es que para preservar "lo nuestro" (que es lo bueno), hay
que destruir toda amenaza, es decir, todo lo que sea distinto (que es lo malo).
Si no fuera así, ¿qué
sentido tendría el hecho de que incluso el amor se pueda transformar en odio?
Trabajo absurdo el que
nos toca. ¿No les parece?
Menos mal que a un
servidor todavía le queda el pueblo y las cabras.
Esta noche escucho un silencio que, en definitiva, no existe. Es una
especie de vacío que a veces, me llena el alma de una serena angustia pero
angustia, a fin de cuentas, como si el vacío fuese el espejo de lo que no
controlo dentro de mí.
Este sentimiento que está por encima de cualquier razón y que
acaba borrando la voluntad, tal vez porque es necesario borrar la voluntad para
poder descansar un poco, aunque borrarla suponga andar a la deriva
peligrosamente mucho más lejos del conocimiento, extremadamente cerca de uno
mismo.
Dios me libre de este extremo del espíritu donde no soy otra cosa
que yo mismo y el miedo que me tengo, Dios me libre de este brote sentimental
que es donde mejor suena ese rumor de enfermedad y muerte. Donde suena esa
respiración de la agonía que sube de la tierra como un aire viciado, más o
menos como el humo venenoso del tabaco.
Respiro, exhalo ese suspiro que tanto he negado, ese suspiro que
es habitual que los agonizantes contengan, como si el estertor pudiera ser una
expresión de su conciencia, cuando ya la voluntad nada tienen que expresar,
algo así como una huella abstracta que resumiera, en el gesto enajenado de la
muerte, lo que quisimos ser y no pudimos. Pero es cierto que ahora también la
noche va acumulando este sentimiento de enajenación y abandono de uno mismo.
Todos sabemos, que no hay
nadie que pueda anteponer el recuerdo a la necesidad una vez superado el
trance, pero esta noche, mi única necesidad es recordar, mirar hacia ese otro
mundo agotado en el que las luces superan a las sombras, donde la vida
transcurre sin otra disposición distinta que no sea buscar el cobijo de su caricia.
Ahora me doy cuenta de lo cansado que estoy de lo poco que tengo
que vivir.
De momento solo me queda un tremendo rumor, un rumor o un taimado
ruido que hay dentro de mi cabeza.
Si pudiera dejar de pensar un rato, olvidarme del agujero del tiempo, de la
lámpara azul de alguna mañana, de la lumbre en su chimenea, del sonido de sus
pasos que me acompañan, de algún verso perdido o mejor extraviado. Pero todo
esto es tan solo una metáfora autentica como la de la ruina.
El caso es que todavía sigue sonando la respiración para ahuyentar
el último suspiro y que ahora, ya nunca tengo nada en los sueños.