viernes, 1 de septiembre de 2017

Horas quietas, tiempo detenido.



Esta noche escucho un silencio que, en definitiva, no existe. Es una especie de vacío que a veces, me llena el alma de una serena angustia pero angustia, a fin de cuentas, como si el vacío fuese el espejo de lo que no controlo dentro de mí.
Este sentimiento que está por encima de cualquier razón y que acaba borrando la voluntad, tal vez porque es necesario borrar la voluntad para poder descansar un poco, aunque borrarla suponga andar a la deriva peligrosamente mucho más lejos del conocimiento, extremadamente cerca de uno mismo.
Dios me libre de este extremo del espíritu donde no soy otra cosa que yo mismo y el miedo que me tengo, Dios me libre de este brote sentimental que es donde mejor suena ese rumor de enfermedad y muerte. Donde suena esa respiración de la agonía que sube de la tierra como un aire viciado, más o menos como el humo venenoso del tabaco.
Respiro, exhalo ese suspiro que tanto he negado, ese suspiro que es habitual que los agonizantes contengan, como si el estertor pudiera ser una expresión de su conciencia, cuando ya la voluntad nada tienen que expresar, algo así como una huella abstracta que resumiera, en el gesto enajenado de la muerte, lo que quisimos ser y no pudimos. Pero es cierto que ahora también la noche va acumulando este sentimiento de enajenación y abandono de uno mismo.
 Todos sabemos, que no hay nadie que pueda anteponer el recuerdo a la necesidad una vez superado el trance, pero esta noche, mi única necesidad es recordar, mirar hacia ese otro mundo agotado en el que las luces superan a las sombras, donde la vida transcurre sin otra disposición distinta que no sea buscar el cobijo de su caricia.
Ahora me doy cuenta de lo cansado que estoy de lo poco que tengo que vivir.
De momento solo me queda un tremendo rumor, un rumor o un taimado ruido que hay dentro de mi cabeza.
Si pudiera dejar de pensar un rato,  olvidarme del agujero del tiempo, de la lámpara azul de alguna mañana, de la lumbre en su chimenea, del sonido de sus pasos que me acompañan, de algún verso perdido o mejor extraviado. Pero todo esto es tan solo una metáfora autentica como la de la ruina.

El caso es que todavía sigue sonando la respiración para ahuyentar el último suspiro y que ahora, ya nunca tengo nada en los sueños.


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