Si hay algo que esta vida enseña, es que por estos mataderos uno no pasa solo para mirar. Aquí hemos venido todos a morir.
-A la vida no hay que buscarle otra razón -creo-.
Desde que sé esto, estoy aprendiendo a mirar al cielo y ver la plenitud de su azul, a soñar con la simpleza de tender mi espalda en el suelo, a bailar al compás de las olas del mar, y a que todo lo demás me importe un bledo.
-Qué más da, si todo da lo mismo - me digo-
Cada instante me paro a observar como el tiempo pasado se marcha a la deriva hacia no se que lugares.
Las horas pasan despacio, y a mi me gusta ver que el tiempo me va sobrepasando, y yo sigo ensimismado, mirando como crecen las flores de entre las hierbas. Es con este arma de quietud y tedio, con la que lucho contra el reloj que, a veces. me ahoga en la ansiedad. Es una manera de intentar derrotar al enemigo que llevo dentro.
Cuando venzo, solo quiero bailar, apurando este ratito de vida que queda hasta el siguiente amanecer, por si acaso nunca mas hubiera otro.
La vida también enseña que es difícil volver y hay veces que no se vuelve nunca a ningún sitio, que uno siempre está en un viaje con destinos en lugares conocidos con gentes conocida y al mismo tiempo tan cambiados, que resultan extraños. Ni siquiera de la pesadilla se regresa al sueño y hasta lo soñado también queda perdido.
-Rendirse cuando todo está perdido no tiene sentido -pienso-
Sin embargo, en cada viaje tengo miedo, mucho miedo, de no encontrar ojos en ningún lugar que miren por las ventanas los días de invierno, por si acaso vuelvo del infierno en busca de algún consuelo.