Lo que sucedió aumentaba la intensidad del temblor en las manos, sin concentrarse en el recuerdo estricto que motivaba la ansiedad del mismo temblor.
Los pensamientos cruzan la cabeza con más parsimonia que resolución y rozan la locura presintiéndola en el vacío de la llanura mental.
La memoria se abría en un precipicio mientras la niebla de la pupila se despeja al mirar unas manos y una cabeza tan inútiles que ni siquiera habían sido capaces de retener lo que se les había encomendado.
Hasta que por fin, asistieron el sometimiento y el acomodo como opciones de vida, lo que suele inquietar más que reconfortar, porque el vacío donde quedamos, nos enfrenta al espejo de nuestra intimidad más desolada y triste.
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