Las nubes del cielo confesaron:
fueron ellas y los vientos
culpables de mis penas.
Se llevaron mis hojas de árbol caídas,
las impolutas hojas en blanco
y las que estaban escritas.
Se llevaron las palabras y los versos,
me ataron al nudo de la tristeza
y se fueron.
Al atardecer se hizo el olvido
y quedó una mirada perdida en el mar,
sin memoria ni suspiros.
Hacia el mar la mirada,
atardeciendo
en la serenidad
que me ha hechizado
el mar sin espuma de olas.
Nada que no venga,
nada que no se marche:
el cariño de la brisa,
el destello de las olas,
una frente desnuda
apoyada en el sentimiento
de un cristal
de un cristal
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