Peter Pan soñó la desgracia. Ese sueño se lo guardó como un secreto inexpugnable y, a la vista de lo que iba a sucederle no andaba errado.
El sueño de la desgracia,es suficiente para quitar de la circulación a un hombre, lo sueñas y muchas veces, es la verdad del sueño la que acaba imponiendose a la verdad de la vida.
Pero lo que le sucedió a Peter parece más propio de un soñador inexperto. Un ser acorralado por el temor, recluido para defenderse de la desgracia soñada, entendiendo que esa desgracia es un presagio irremediable.
Peter Pan, había soñado que se hacía viejo. Con el tiempo, no fue capaz de dominar el resultado de lo que soñaba, un dominio que algunas veces establecía con el olvido, pero cuando el habito del sueño puso en su sitio las cosas soñadas, el hábito de la vida empezó a poner en su lugar a la propia vida.
La vida que Peter Pan quería, no era una existencia en la que todos los días fuesen iguales y las horas se contabilizasen con las mismas necesidades y parecidas satisfacciones, él quería seguir volando más allá de Nunca Jamas.
Pero en su sueño, Campanilla se se había mudado al mundo de Aquí y Ahora. Campanilla estaba harta de iluminar con chispas todos los caminos de vuelta, se cansó de desperdiciar su magia para volar juntos, de ser hada para nada.
Peter Pan, por lo tanto, nunca más volvería a volar y su vida se trasformaría solo en la lentitud de la costumbre.
Lo que tenía Peter Pan, no era un mal del cuerpo, ni siquiera del alma. Tenía un mal parecido al de esos pájaros que dejan de volar porque presienten que van a caer.
Además de ese presentimiento de los pájaros locos, Peter Pan sufría de un maldito sueño, una vida equivocada, arrugas y canas, muchos años y una cesta llena de soledad y desamparo.
Los hombres, a veces, somos más complicados que los bichos.
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