Tan solo un saludo, simplemente levanto la mano desde lejos y hago una pequeña mueca de aprobación. Sigo siendo demasiado tímido. He dejado la puerta abierta y me fascina que alguien entre a husmear a casa, me irrita el atrevimiento, sin embargo esto es público y si lo puse o expuse aquí no es sino para vencer mi terca soledad interior.
Sea pues. Se bienvenido.
Con la mirada tendida hacia el pasado voy bajando esta escalera, los recuerdos llegan como angustiosos sueños.
En aquellos tiempos, seducir a la utopía era fácil, rendirse, también.
A cada peldaño que desciendo, se limitan todos los futuros posibles, merman las facultades para cambiar. Ya, seguir bajando a los infiernos, es la única meta a alcanzar.
Como equipaje solo me llevo los años perdidos, el afán por llegar al último aliento con esta pesada carga de miseria, el dolor del arrepentimiento, y muchas lagrimas acumuladas por no haber llorado.
Camino de noche, sin ver estrellas, ni oír ladridos, Camino sin voluntad.
La llama de la existencia se consume. Como un juguete roto, me detengo junto de una inmensa sombra, (tal vez la mía), allí me siento y comienza el baile de los pensamientos.
Voy interrumpiendo un pensamiento con otro sin música ni baile. Los acumulo y superpongo:
Todos vienen a la vez desde esta inagotable sombra de noche cerrada.
Son infinitos.
solo desaparecen al oír el nombre de mi querida locura entonces me levanto y vuelvo a caminar. Camino de noche, sin ver estrellas, ni oír ladridos, Camino sin voluntad.
Normalmente me adapto a las sugerencias del sillón
espero con paciencia que me seduzca su calor,
deshojo una margarita de resignación
y al final, como siempre, rindo ante Morfeo mi voluntad de ser.
Todavía no sé que misión se me encomendará hoy.
El sueño me transformará a su antojo.
Ocuparé mansamente cualquier lugar erróneo que me asigne
y desde allí comenzaré a vivir una historia que no es mía.
No hay que preocuparse, siempre regreso. A veces con dientes depiraña y sabor de un amordulce A veces mojado por una lluvia oscura o torturado por la canción de un enterrador. Al despertar una brumosa memoria, vagade nuevo sobre mí. Respirominombre con unsuspiro y regreso al mundo de los vivos Escucho latir de mi corazón que suena como la canción del sepulturero: "Ya cave muy profundo este agujero, en mi sangrefluyesueño yesta fuerte lluviaoscura y el olor tan dulce a magnolia sólometortura"
Disfrazado de hombre, me llevasde vuelta al lugardondedejo deexistir, voy allí en busca de uno solo de tus besos, voy al encuentro de esa estrella perdida en el infinito de tu cuerpo.
Y al volver, el tren eterno del alba, va arrastrando sus ruedas por el frío raíl del regreso, mientras, escucho mansos lamentos, crujir de sentimientos, gemidos ahogados. Todo, al final, se va agotando por sosegados latidos de tiempo. Nunca quise volver de ese lugar donde no existo, nunca quise olvidar que estuve allí. No quiero amanecer sin ser lo que fui. Cuervovolando.
Aquí traigo la historia de un mar roto mientras la cuento, me amarro al bourbon para no ahogarme en este otro mar delágrimas. El jodido Deseo, dueño de este reino del vivir, engendró bajo mi piel, en mi sangre, el cáncer de tu nombre. hiriendo de muerte voluntad y pasión con el veneno de tu cuerpo. Ahora navego a la deriva por este mar batiente alejándome al pairo en el barco de Keops, para romper por fin la línea del horizonte y el rielar de la luna llena. Con las penas ahogadas en el alcohol y la esperanza de que el tiempo sea breve, escucho al ocaso los lamentos de las sogas que me atan a la botella y canto esta vieja canción de pirata para alejar el sueño que te trae cada noche.
La lluvia que hoy nos está cayendo a plomo
golpea con rabia tierra y memoria,
va borrando todas las huellas que dejamos.
Esa lluvia que arrastra las cenizas de esa última hoguera
y espanta el miedo a ver de nuevo la pasión encendida.
Solo dejará diminutos retazos de una verdad que ya está fría.
Quedarán, algún destello fugaz del que fue un primer deseo,
y muy breves palabras que como cuentos hartos de ser contados,
ya nadie escucha .
La lluvia se lo llevará todo. Hasta los lamentos del abandono.
Iremos con ella hasta el mar de todos los recuerdos
seremos gotas perdidas en un océano de olvido,
desde allí evocaremos la lluvia del pasado
y caeremos a plomo como muertos sobre tierra y memoria
Cada noche paso miedo de ausencia y soledad;
me arropo con una amarilla melancolía otoñal y susurro tu nombre
para alejar los monstruos del abandono que vigilan desde la oscuridad.
Me rindo al sueño con el temor a despertar sin encontrar esa pista que te delate,
esa huella que me diga que estuviste a mi lado.
Al amanecer, como un ritual, respiro profundamente intentando advertir tus aromas,
despacio, extiendo mis brazos profanando tu espacio entre las sábanas,
buscando los restos de algún calor abandonado en el mismo celo del despertar y las prisas.
Trato de imaginar tu cara para no olvidarla, pero tus caprichos,
me muestran siempre una distinta. Me siento engañado por la memoria.
Espantado por la posibilidad de perder tu recuerdo, cada mañana me desvelo
como un animal moribundo. Herido por tu ausencia, humillado por el deseo incumplido.
Amanezco por fin ante el café, dispuesto a consumir otro lamentable día en esta existencia
donde ya sólo me queda soñarte.
Otro bourbon y otra canción en este sitio tan sucio como el
rock&roll, tan lúgubre como el mejor jazz y sombrío como el luctuoso soul.
El olor allí dentro es ácido de humo antiguo y de cerveza
derramada, ese aroma propio de las noches de depravación y vicio. Ese olor que
se le pega a las personas y las transforma en auténticos desperdicios.
Algunas fotos amarillentas cuelgan dentro de la barra entre
las botellas. Muestran unos personajes que tal vez fueron conocidos en otros
tiempos. En una de ellas hay escrita una dedicatoria en ingles, “for Lucrecia whose
blindnesshas always beenher
best view”.
Entre las fotografías una portada de un vinilo de los
Lamentables con el desgarrador título “25
años sin éxitos”.
Hay algunas personas, muy pocas, todas ellas parecen desechos
humanos, su número no supera la media docena, todos tan solos como yo, recogidos en meditaciones
más o menos trascendentales, perdidos en las brumas del alcohol o en las
miserias de sus vidas desamparadas.
Uno de ellos ha bebido con generosidad y arrastra su pesada mirada
desde el centro de la barra al resto de parroquianos, nos examina uno por uno,
no sé bien si espera reconocer a alguno o simplemente diluye su mirada por no
poderla mantener fija en un sitio.El
camarero está diciéndole algo pero él hace mucho tiempo que no escucha nada.
Por detrás de la barra aparece una camarera arreglándose los
labios, es una mujer madura con curvas bien definidas, su estampa denota
carácter.
Enseguida se acerca al borracho de la barra, le quita la
copay le dice que se largue con la autoridad
de dueña del local.
El hombre la mira como si fuera un cordero y obedece sin
replicar, se va tropezando con una mesay desde la puerta se vuelve como para despedirse, pero no lo hace.
El cantante es ciego lo cual le libra de ver con que apatía el
escaso público bebe sus copas sin prestarle atención.
I've got a
square old heart
and no one makes the parts that I need
to repair and pull me from this well
but I'll be waiting”
La música me gusta, es música triste, una extraña mezcla en
la cual no podía establecer un determinado estilo, podría ser todo a la vez
Soul, blues, Jazz y Rock. Me gustaba a pesar de no haberla escuchado nunca.
Apuré la copa, no quería irme, simplemente la bebí porque el
subconsciente me dijo que tenía que acercarme para ver más de cerca a la
camarera que en ese momento se afanaba colocando vasos en esa indecente y
cochambrosa estantería enmarcada con chinchetas plateadas.
Al mismo tiempo que me acercaba, ella puso un vaso largo con
hielo con una incitadora sonrisa.
Le pedí por favor que me pusiera un Jack Daniel´sen vaso corto. Ella me contestó que no
tenían, Sin embargo yo estaba viendo la botella en la segunda balda del estante, justo entre la
de Four Roses y la de Jean Bean.
Se la señalé con el dedo y ella me miro con irónico
desprecio me dijo que lo que no tenía eran vasos cortos.
Acepté mansamente el vaso largo y los tres hielos.
Cuando acabó de servirme la copa, se reclinó hacia adelante
apoyando ambas manos en la barra mostrando su abundante escote y simplemente me
dijo. “Son 7 Euros cariño, si te tomas otra te invito yo”.
Inmediatamente supe que a ella pertenecía la dedicatoria de
aquella fotografía firmada en la pared. Sus ojos hablaban de tristeza, de
renuncia, de abandono.
-Señora Lucrecia, siento decirle que no acepto invitaciones de
extraños, -le anuncié-.
-Cariño,me has mirado
las tetas y has dicho mi nombre,seguro
que ya no soy tan extraña.
Acto seguido se sirvió una copa e hizo amago de encenderse
un cigarrillo pero no lo hizo, se sentó
cruzando las piernas y dejó que su mirada se perdiera en lo más oscuro del bar
mientras seguía el ritmo del piano dando suaves golpecitos en la barra con los dedos indice y el corazón.
A destiempo levanté mi vaso para desearle salud, ella salio de su ensimismamiento busco un mechero y se encendió el cigarro, después de dar una profunda calada me lanzó una espesa bocanada de humo a la cara. Se incorporó y cuando estaba a punto de tocar mi oreja, me susurro: "en este sitio solo te guardaremos de lo que has dejado afuera. No busques vasos cortos o polvos fáciles. Aquí dentro no hay nada distinto del abandono".
No dije nada, solo asentí mansamente, mientras recordaba una frase que repetía continuamente mi abuela "el abandono es la felicidad de los imbéciles".
El pianista ciego había cambiado de canción como si con ello quisiera cambiar el tema de una conversación o el rumbo de algún barco perdido en alta mar.
Apuré mi copa y tropezando estrepitosamente con una mesa llegue a la puerta desde allí miré hacia adentro para grabar en mi memoria aquel sitio del cual salí, como salía cada noche, con la intención de no regresar hasta que la perniciosa necesidad de huir del mundo me obligase de nuevo a volver.
Todo lo que he vivido podría haber cambiado en en un segundo.
La historia se compone por millones de instantes que una vez pasados
quedan fijados e invariables en la memoria como la tinta en papel secante,
Esos infinitos momentos en el recuerdo y a la vez minúsculos instantes en el tiempo,
siempre forjados en el límite de lo pasado,existencias que ya serán siempre así,
pero podrían haber sido de otro modo, comenzando un efecto dominó
que cambiaría cada pieza de nuestro futuro, todo sería de otra manera.
Amparados en la suerte o la desdicha de que el tiempo pase
de la manera que lo hizo vamos encarrilando la vida lo mejor que sabemos.
Vías de acero en el pasado que se escriben a golpe de destino,
y un azaroso porvenir lleno de infinitas historias paralelas cada una con su estrella.
Los ídolos caen como piedras que se lanzan a los dioses,
es cierto que con pies de barro no se puede andar
que el mejor destino para la vieja sabana blanca es hacerla trapo.
Que importancia tendrán los enchufes y las neveras
cuando la primera nieve y la luz de la luna no valen nada.
Por la belleza de las flores marchitas,
por la curvatura de la tierra y
por la rectitud de los actos,
¿Quién es capaz de pretender una odisea distinta de la propia vida?,
¿Quién se refiere al ser que se ha querido ser,
si siendo como somos, nos convertimos en el mejor yo posible?.
¿Quién ahonda en las heridas del orgullo?
¿Quién desboca la envida?.
Dulces caseros y aguardiente añejo de pueblo.
Los perros ya no ladran y los gatos tampoco.
Ya nadie en este mundo es lo que debería ser.
Solo hay una pauta trazada,
una advertencia eterna,
Un solo camino de ida y vuelta, se necesita,
todos los demás sobran.
La vida consiste en viajar entre líneas conocidas
o sufrir el temor a perderse en un abandono cualquiera.
Al descubrir que no todo es como yo lo veía, el asombro y el desconsuelo se apoderaron de todas mis ilusiones fingidas y ni eso me quedo para continuar con ese terco vicio de vivir.
Relativamente joven acepte todo ese ciego pasado y el destino que viniera sin esperar más de lo que había tenido.
Deambular entre olivos e higueras, subir y bajar montañas, pasar frío y calor, hambre y sed, pero lo peor de todo, era contar con una libertad que me oprimía hasta el punto de llegar a odiarla.
Sólo pendiente de un más allá. Otro horizonte por conquistar pero fuera de la ambición y fuera de toda solemnidad ni celebración.
Porque son muchos horizontes recorridos y después de cada uno de ellos hay otro aún más lejano y desconocido que te invita a visitarlo.
Así días y días de viaje confundiendo caminos y pueblos hasta llegar a la montaña más alta desde donde todo se puede ver.
Todo, incluidos los tenues caminos de plata que como los caracoles has ido dejando a tu paso y que el tiempo borrará sin mas miramientos.
La felicidad sólo puede ser completa cuando uno está conforme consigo
mismo.
¿Qué más da?, ¿No sabes que ya es tarde?, nunca llegaremos a tiempo. Por eso,... ¿qué más da?
No sé el propósito de este viaje, no tenemos prisa y nunca tendremos
constancia ni seguridad de haber llegado a alguna parte pero, aquí
estamos viajando, a un pasado, a un recuerdo al que llegaremos como
siempre tarde.
¿Te acuerdas de aquellos improvisados botellones que más tarde se
pusieron de moda? Entonces lo llamábamos litrona. ¿Te acuerdas?
No, aquello nunca fue nada nuevo, ir a la tienda de Felipe, que entonces
no era chino, comprar cervezas o vino,preparar suficiente calimocho y
sentarnos en el respaldo del mismo banco hasta bien entrada la noche.
Que tiempos de filosofía asequible, de porros liados con esmero, de
perros oledores y de aquellos señores mayores con las miradas cargadas
de reproche y desafío.
Todo nos lo van quitando, o aún peor, todo lo hemos perdido.
Recuerdo, aunque siempre quise olvidarla, la última litrona que nos
hicimos. Estuvimos callados, sólo los grillos rompían el silencio
mientras los demás callábamos. Sabíamos que el silencio nunca nos diría
lo que no queríamos oír.
No estábamos todos, faltaba Tino, en el banco estaba a medio terminar su
nombre grabado a golpe de aburrimiento y navaja. Ahora entiendo que
estaba allí para que no buscásemos excusas en la incertidumbre de su
existencia, para asegurarnos que aquello no era un mal sueño.
No recuerdo quien fue, porque la memoria y el tiempo se me van acabando.
Uno de nosotros tiró con rabia una botella, le pudieron el rencor y la
furia, se levantó y reventó esa última botella contra un árbol como
si aquel acto nos redimiera de la culpa.
Aún, no nos fuimos. Contemplamos simplemente la botella rota sin decir
nada, velábamos aquel cadáver de cristal porque no podíamos velar a
Tino.
Eso es lo que hacíamos allí tan quietos, tan callados. Mirando
fijamente esos vidrios rotos y todavía húmedos como si allí estuvieran
esparcidas nuestras lágrimas.
Todas las risas, las filosofías baratas, las opinadas noticias, todas
ellas acabaron aquel día, igual que acabo también una época de nuestra
vida, una etapa quemada en ese banco del parque, sin más música que el
sonido de la noche. Nos bastaban unos litros, algo de tabaco y estar
juntos bajo la luz de la farola.
Cuando Tino se fue se llevó con él todas las litronas que nos hicimos,
nos dejó el banco con su nombre inacabado, grabado con la misma navaja
que nos enseñaba porque fue un día de su abuelo.
Esa última noche estuvimos hasta muy tarde, ¿Te acuerdas?. Estuvimos escondiéndonos de la vergüenza.
Ninguno habíamos ido a su velatorio. Por eso, sin decirlo, nos
quedamos hasta tan tarde, para estar cansados, para poder dormir sin
remordimientos y despertarnos al día siguiente esperando que todo se
hubiera acabado.
Cuando Tino estuviera ya bien enterrado.
Cuando ya no tuviera remedio haberle fallado su último día.
Hoy si me arrepiento de algo, es de no haber estado allí para ver su
cara por última vez, para grabarla en mi memoria como quedó grabado su
nombre en el banco y para decirle a aquella madre que no fue culpa
nuestra. Que su hijo era como un hermano, que nos juntábamos casi a
diario en aquel parque, que teníamos unos lazos de unión forjados por
nuestros anhelos deshechos por el mísero futuro que nos aguardaba, y por
el infinito tedio, deshojado como una enorme margarita sobre él
bebiendo litronas en el banco del parque.
Pero tal vez ella nunca
lo llegaría a entender, porque su hijo estaba muerto. Porque nos grito
mil veces que fuimos nosotros quienes le matamos.
No recuerdo quién robó aquella maldita Bultaco Metralla, no sé quien
pensó en hacer una exhibición de nuestra inexperiencia. No sé por qué
había grava en esa curva, ni por qué Tino entró en ella tan rápido.
No sé por qué estaba escrito en su destino que aquel camión le pasara por encima.
Vi su sangre llenando la carretera con un rojo espeso.
Aún hoy,
cuando cruzo por aquella curva la veo marcando el asfalto, como a mi
me marcó el alma el grito de aquella madre “TÚ LE HAS MATADO”.
Eso ya es lo único que conservo de él.
Esa fue nuestra última noche, desde entonces no hubo más. Los
botellones que acabaron con las litronas, empezaron a llenar el parque y sus
bancos.
Atronadoras músicas mataron el canto de los grillos, olor a orín sucio
de alcohol acabó con el aire fresco de aquel rincón y alguno
de aquellos nuevos visitantes, más jóvenes y ruidosos, terminó
escondiendo el nombre nuestro amigo dentro de la palabra “DESATino”.
Desde entonces, no quiero recordar la calma con la que se evaporaba el
humo de los cigarros, no quiero escuchar lo que me cuentan los grillos.
Desde
entonces, tampoco quiero que las litronas se conviertan en botellones
ni mi amigo Tino me recuerde que su destino fue lo que quedó escrito en
aquel banco.
Hoy es lunes, hace dos días que acabe "El Soplao" y creo que ahora ya podré escribir algo con cierta perspectiva.
Quiero dejar constancia escrita de mi experiencia porqué se que los recuerdos arden con más facilidad que los papeles.
El soplao es una de estas pruebas que todos debemos hacer al menos una vez en la vida. Te deja una cicatriz imborrable en el espíritu, como cuando se consigue terminar la primera maratón, o como cuando le ves la cara a tu primer hijo.
Estos 165 km de sufrimiento, nos dejan una marca imborrable porque pagamos un peaje importante en salud mental.
No existe más que una definición para ella, es un tremendo calvario, un verdadero infierno….. Sin embargo, algo ha dejado en mi que me dice que el año que viene volveré.
Todo es difícil, desde la salida donde al haber tantas bicicletas la arrancada es lenta y se tarda bastante en salir.
A las 07.00 ya estábamos allí cuatro locos calados hasta los huesos, buscando un sitio para no salir muy atrás. Nos colocamos a unos 300 metros y tardamos en pasar por debajo del arco de salida 8 min.
A partir de aquí, todo transcurrió más o menos normal, unas subidas no muy fuertes que se van complicando por la inmensa cantidad de agua que nos estaba cayendo y por el barro que se había formado. A los 22 km primer avituallamiento. Ya no había pelotón, todo el mundo iba en hilera o en grupos más o menos reducidos.
Desafortunadamente mi única compañera fue la soledad. Perdí a mis compañeros nada más salir, unos fuimos mas rápido y otros mas despacio. No hubo consignas ni puntos de espera. Cada uno a lo suyo, aplicamos ese viejo lema tan maratoniano de "no sufrir con nadie y que nadie sufra conmigo".
En el Km 26 empieza la pesadilla, El pueblo se llama la Cocina.
Debe ser la cocina de Belcebú , una cuesta imposible, llena de barro y piedras. Hasta los primeros, los más profesionales se tuvieron que bajar y subir aquella cuesta andando, no se exactamente cual es el desnivel de aquella pendiente pero no andaría muy lejos del 20%. Pie a tierra y a empujar un buen rato.
Después de esto unas bajadas de vértigo, a toda pastilla con las ruedas llenas de barro y otros corredores por detrás que te iban apretando entre aquellos charcos y pedruscos tan traidores y peligrosos.
Un par de caídas por delante le quitaron la tontería a unos cuantos. Eso iba en serio, el barro el agua, las piedras y la sangre todo fue disuasorio incluso para los más locos. Olía a pastilla quemada, máxima tensión y mucho frío.
Y los kilómetros pasan despacio y el agua se ha metido ya en los huesos y duelen los dedos que ahora están morados. El cansancio, el barro en los ojos, y las enormes ganas de abandonar que te entran según van flaqueando las fuerzas.
Resumiendo, esto es el infierno cántabro. Un infierno tanto físico como mental.
Es llegar a subir otro peldaño o quedarte abajo vencido por ti mismo, es saber que por cada kilómetro, por cada pedalada, se paga, es arrepentirse de no haber entrenado más....es en fin, sufrir sin esperar otro beneficio que esos tres segundos de emotiva satisfacción cuando se cruza la meta.
Lo peor, la duda de que esos tres segundos lleguen.
Y al final llegaron esos tres segundos y levanté los brazos, y escuche un anónimo grito de ánimo y después lloré junto a un viejo árbol mientras alguien me cubría con una manta.
Ese día tome la única decisión de la que jamás podré arrepentirme.
Me senté en el borde del abismo y allí dedique mi tiempo a desesperar toda esperanza.
Desde entonces pasa el destino por mi lado, sin dejar huella ni reproches.
Permanezco como un animal abatido. Tan solo el tiempo corroe mi interior, igual que la carcoma acaba con las entrañas de los árboles caídos.
Desde que perdí la esperanza de tenerte, no pido, no doy, no espero, ni deseo, ni pretendo, ni sueño.
Desaparezco dentro de este mar muerto sin dejar un mínimo rastro, igual que una piedra se hunde en el hielo sin hacer una sola onda.
Quedo tendido y a la espera, bajo la sombra de esta colosal higuera cuyas hojas mece una brisa cálida, que tal vez venga de lejos.
Suenan las chicharras cansinas y huele a heno recién cortado. Espero mientras cubro mi cara con un sombrero de paja en el que un día guardaste tu aroma y descubro con asombro que el deseo trasciende a toda lejanía, da igual que sea aquella de donde viene la brisa, o la que separa los vivos de los muertos.
No hay ningún más allá tan próximo como este recuerdo que ahora me acompaña fiel como un perro y me trae tu sonrisa, y esas cálidas caricias que envenenaban mi voluntad de quererte por no existir una posibilidad de amarte más todavía.
Cuando se llega al más allá,
cuando lo azul se vuele negro
cuando se ha volado en las minas del viento
y se ha medido la voluntad con el miedo,
o los sentidos ya se ocultan tras el tedio y la ruina,
es cuando, sin ceremonias,
se ausenta para siempre el alma.
Se va de un horizonte a otro mas lejano
dejando oculto su nombre y su historia,
no deja en la memoria,
ni arrepentimiento
ni orgullo,
ni más ni menos, que antes de ser.
Solo.
sin ocupar espacio ni tiempo
pasó por la vida como pasan los perros sin dueño
siempre el mismo y siempre distinto,
pero, qué más da si da lo mismo.
Sin entrar en percepciones más delicadas, la vida es una pequeña fase de un todo, y dentro de ella, esto es en una especie de transición por la que se pasa constreñido y acobardado, siempre en una única dirección llena de cautelas culpables porque se camina con la advertencia de que la muerte nos va a descubrir, o lo que es peor con el disimulo para que no lo haga, sin atender a los desvíos que en este tránsito se producen. Lo peor es llegar al punto de pasar por esta existencia pisando el placer de vivir.
Hace tiempo un cadaver desde su bonita caja expuesta en una fría habitación de tanatorio, me dijo: " Tu y yo no somos tan diferentes, al fin y al cabo aún a pesar de las apariencias, ya eres otro muerto que tendrá que seguir este mismo camino sin ninguna posibilidad de variar ".
Este es el reino del presente,
donde a cada momento se conqista un pedazo de futuro,
siempre desde dentro de un instantaneo parentesis
convertido ya en recuerdo.
Pero son las palabras.
Pasado, presente, futuro.
Malditas palabras que como
pendulos van y vienen.
desmenuzan la eternidad,
resonando mientras desaparecen
como desaparece el horizonte en la bruma.
Son solo palabras
que se convertirán en ecos
y después en nada.
Tiempo, Dios, Muerte,
palabras inútiles,
enigmáticas, incomprendidas e inexplicables.
Efímero tiempo dividido por vida y muerte,
cúmulo de pasados y esperanzas de futuros.
Partido por banderas como si fuera un espacio.
Emanación de alguna desasosegada existencia,
de aquel que quiso inventar el devenir
y poner fronteras a lo terrenal y a lo divino.
Ese que inventó los dioses que aguardan
con su colosal supremacía y plenitud,
postrados en el finalizar de los tiempos
con la única misión de juzgarnos.
¡Vaya un bodrio de futuro imperfecto!
¡Vaya con la inocencia de los dioses!
¡Vaya con todos los necios engreídos de su fé!,
¡Vaya con los paraísos inventados!
¡Vaya con sus banderas y sus fronteras!.
En esta amplia colección tengo cientos de días y noches.
Cafés humeantes de amaneceres silenciosos.
Lluvias de todas clases, torrenciales,
tormentas llenas de Rayos y truenos,
y de esas eternas, mansas y lentas.
Brotes verdes, de primaveras frescas,
hojas marrones y rojas llenas de otoño y de invierno.
Atardeceres de colores imposibles.
Vuelos altos y bajos de pájaros grandes y pequeños
unos con filigranas de prisas y otros pausados y placidos.
Tengo miel de satisfacción y de dignidad,
también hay algunos caminos recorridos por tierras de la vanidad.
Tengo orgullos, arrogancias, penas y vergüenzas,
Soles, sombras y muchas lunas.
Tengo en esta colección besos,
algunos de ternura y cariño,
otros profundos, de amor infinito.
También los hay perpetuos, dolorosos,
llenos de amargura como cualquier despedida.
Primeros pasos, primeras letras, primeros logros
Sonrisas, risas y llantos también tengo.
La memoria, tan sabia siempre,
guardó, los dolores en paños de melancolía
dejando desazones y sufrimientos
debajo de todo lo demás.
Todo esto tengo, todo en varios tamaños
Colores olores y sabores.
Todo lo que soy, es todo lo que tengo,
ni más, ni menos.
Todo metido en el cajón de la memoria.
Será la llave del olvido la que lo abra
y se lleve este alma sin amo,
para dejarla en el cuarto de los trastos viejos,
esperando que sea el propio abandono quien la entierre
sin cruces, sin versos, sin cuerpo.