Refugiado dentro de mi propia sombra, en el patio trasero de un bar,
con ese vértigo opaco producido por el alcohol,
allí donde la música se apaga con un ritmo de latido ácido y grave.
Humillado, sometido, vencido por un misterioso sentimiento de culpa.
En ese rincón, con angosta conciencia, la entrañable mirada del tedio me sorprendió esa noche de última juventud.
Así fue la primera vez que supe cómo llegar al averno.
El reloj y los años a veces apestan.
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