sábado, 6 de noviembre de 2010

El don de la ubicuidad me queda grande.


En cuatro sitios a la vez he querido estar y en ninguno estuve. Una y otra vez lo intenté, una y otra vez fracasé. Me perdía en la inmensidad del mínimo grosor del cristal de la ventana. Otra vez a reiniciar,volver a dibujar este mapa de navegante incauto.

Las palabras se nublan como gotas pegadas a la niebla mientras mi interés por escuchar se seca y ya solamente oigo rumores átonos, sin significado, como si fuera el run-run lejano de la minipimer. Me encuentro estable, en un coma de carácter reservado.

La casa está fresca, la luz es blanda y el sonido de las hojas al rozarse es un tenue susurro en el aire. Pero no dice nada.
Mas allá de la ventana sólo un inmenso lugar distante y extraño lleno de colores y puntos en movimiento como insectos sin rumbo, ¿habrá alguno intentando ese asalto al Parnaso?

Y ahí estoy. sin salir ni entrar en el medio del cristal de la ventana. Encerrado en la celda de la ausencia sin ser ni dejar de ser. En un inmenso mundo interior que no tiene principio, fin , ni tampoco una mínima limitación temporal.

En cuatro lugares a la vez quise estar y no fui capaz.
En ninguno estuve.
Quise estar dentro y a la vez fuera, quise ser sueño y real.

Desafortunadamente no lo conseguí, me quedé suspendido en el mínimo grosor del cristal de la ventana, sin otra tentativa ni deseo, sólo queda este vivir un rato para morir más tiempo.

¿Quién no se ha quedado alguna vez dentro de esos dos o tres milímetros de cristal que nos separan del mundo? ¿Quién no ha mordido el anzuelo? ¿Quién no ha caído en la trampa?.


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