sábado, 6 de noviembre de 2010

El valor de la vida misma.



Aprecio el valor de las cosas cuando apuesto a perderlas.
Hay momentos, donde las curvas se cierran y el instinto que es poderoso te dice que sueltes el puño, pero hay algo ahí dentro que te dice que no, que aprietes más, que puedes entrar más deprisa, que te tires con saña al asfalto. La mano retuerce con rabia el acelerador y sientes que la tierra tira de ti hacia ella que te llama y te dice que pronto te tendrá.
Entonces viene el tiempo del no retorno, un mínimo instante en el que nada depende de ti, has jugado y cuando juegas tu única compañera es la suerte.
Ese, es un instante de absoluta felicidad una sensación de abandono total eres un ser inmaterial, diría que divino.
Luego, poco a poco, todo regresa a su lugar, vuelven los colores, los sonidos, el aire y sobre todo un miedo atroz a ti mismo porque sabes que habrá otra curva en otra carretera y volverás a jugar a estar vivo.
Como una partida de cartas, así es la vida, se afronta mirando al contrario a los ojos, sin dudar por un instante que en cada mano la suerte sabe más que nadie.

Algún día, dejaré de vivir así y como casi todo el mundo, me compraré un sofá mullido que me espere como un perrito fiel.
En él, sentado, dejaré reposar mis huesos y con la mirada perdida, añorando esas curvas, permaneceré con la esperanza de que la suerte, algún día, me lleve por fin al infierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por sus comentarios.