Afortunadamente, siempre tuve claro quien o qué soy. Es muy fácil de adivinar cual es mi error.
Son esas rutinas, esas costumbres invariables de reo del desaliento, la marca de mi generación.
Una y otra vez acabé esperando que llegase el domingo y allí sentado en este mismo muro, fumando uno y otro cigarro aguardaba que fueran pasando una tras otra, todas las horas del día y cuando habían transcurrido todas ellas, sin más esperanza ni entusiasmo, acostaba este cuerpo sumiso a sus vicios y al tedio.
Nunca vi más allá del domingo ni del muro. Por eso permanecí en él, una y otra vez y otra vez más. Fumando, ahí sentado, sin mas paisaje que una torre metálica de la luz y una fachada oscurecida por el polvo y el hollín de las calefacciones.
Siempre anclado a esta valla o a esta vida. Y los años, pasan y pasaran una y otra vez, con todos y cada uno de sus días y de sus horas, y yo estaré invariablemente en el mismo muro todos los domingos.
Como un árbol enraizado en el duro hormigon, espero, como siempre, una y otra y otra vez más, que lleguen los brotes verdes a mis ramás.
Y una y otra y otra vez mas, el futuro es un cigarro tras otro y esperar, esperar y esperar.
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