sábado, 6 de noviembre de 2010

El Aleph


No hace demasiados años, todo era nada y el tiempo no importaba ni se reía ni se lloraba, la luz no iluminaba nada, los sonidos no eran estridentes ni bellos, nada olía a rancio ni a flores.



En aquel tiempo no se cubrían con tristezas las bóvedas de los techos ni tampoco con alegrías los prados ni los bosques.

Solamente se pintaban en el aire pajaros con las manos.



Eso lo recuerdo.



Es un viaje en el tiempo y algunas veces entre tanto baúl cerrado y sin llave se me antoja una imagen reciente, pudiera ser de ayer mismo. Como si una cortina opaca se abriera y entrara una rayo de luz brillante y dentro de ese rayo volaran infinitas partículas de recuerdos como motas blancas de polvo.

Alguna vez viajo en los recuerdos olvidados y me asiento en una vaga imagen, vista, vivida,o quizas soñada. No lo sé.

Me acoplo a esa imagen intentando conservarla fresca, procurando unicamente que no se desvanezca sin mas.



Viajar hacia el propio pasado sin enmendar, evitar, ni añadir nada, sin reprocharse lo que se hizo o se dejó de hacer, simplemente como un espectador que vive el momento sabiendo que eso es lo que hay, lo que le corresponde, lo que le toca vivir.

Todo podría estar cerca o lejos, la línea del devenir girar pocos o muchos grados modificando parte de la historia, pero uno ni se ocupa, ni se interesa, ni intenta mover esa linea del destino.



Eso es lo mejor, ser a la vez espectador y protagonista de tu propia obra; y al final de la representación, siempre el mismo final, y siempre sabido de antemano.



Ese, es el Aleph de Borges, el momento donde todo es a la vez, donde el pasado y el presente coexisten sin superposición ni transparencia, millones de actos deleitables o atroces en ese mismo instante.

Y sin embargo, ninguno produce tanto asombro como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto.

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