
Una marcha más, no sé hacia dónde, sólo sé que me fui y me perdí.
Yo sólo, me perdí.
Caí en la trampa de un sueño, caí en un saco roto para perderme del todo.
El aire, la lluvia, el cansancio y el miedo al fracaso fueron mis dueños y yo su esclavo.
La luna me avisó con tiempo suficiente, como un asterisco tatuado me dijo que mirara en el pie de página, pero, no hice caso, los límites no existen en los sueños, me dije.
Todo y nada que explicar a quien conoce de este cuento más de la mitad.
Siempre de paso. Siempre en silencio, sin regalar un verso, ni a dios, ni al diablo.
Sin escuchar otra cosa que viento, sin ver más allá de esa razonable distancia teñida de km/h.
Los postes kilométricos no miden lo que ya no importa, la carretera se ha convertido en un reloj de asfalto, pasa y pasa, pero nunca me dice lo que llevo ni lo que me queda, por algo es un viaje a ninguna parte, una especie de mas allá chiquitito, un huida al no retorno, un posible nunca jamás.
La moto suena poderosa, va diciendo que no renunciaremos a la victoria, el estandarte que portamos es azul infinito como el cielo profundo de los vencedores.
En cada parada, a menudo, alguien se sienta a mi lado y me pregunta a donde voy, pero nunca de donde vengo. Algún niño me señala desde lejos cogiendo la mano de su madre para hacerla asentir sin más.
Y por fin, el perro de la estación de servicio, que me huele la soledad, se acerca moviendo el rabo a ofrecerme su compañía.
Que bueno es tener un amigo, le dije, si hubiera sabido que estabas esperando, hubiera venido antes, me hacia tanta falta este desinteresado cariño sin reproches ni preguntas.... Amigo, te dejo aquí saludando a otros que como yo vaguen perdidos, pero me llevo la parte que me has dado, amigo sin nombre, debes saber que te recordaré hasta que pueda.
Lo negro sigue definido en incontables curvas de trazada imposibles. En el paso del Umbrail, ya no llueve, el día me ofrece la impoluta blancura de la nieve recién puesta, y de nuevo el reto de los límites, o subir a cumplir con lo pactado, o guardar otra derrota en el cajón de la sensatez.
Me detengo y me doy el gusto observar a todos los que estaban allí parados respetando la nieve. La moto se siente capaz, poderosa y yo siento el placer de vencer a la duda y al final acelero despacio y empiezo a subir la primera de las 48 vueltas. Tres motos más me siguen, otros que sometidos al fracaso han decidido volverse, nos pitan según vamos ascendiendo. Muy despacio las curvas van pasando, las motos bufan y el frío cala hasta los huesos.
Vamos ascendiendo y mientras seguimos marcando una sinuosa huella de plata en la alfombra de nieve y en la propia memoria, solo cuatro profundas rodadas marcan el camino del paraíso y de la gloria.
Es una pena que las nubes no nos dejen ver el paisaje, pero ya estamos en el cielo y en lo más alto junto al hotel Stilfserjorh. Allí, los cuatro nos vimos por fin las caras, sonreímos y nos dimos un apretón de manos. Eso fue todo, no hubo más y ese, posiblemente, haya sido el más preciado reconocimiento, ni preguntas, ni comentarios, nadie quiso saber más, con lo que habíamos visto era suficiente.
Mi admiración y respeto compañeros, buen viaje.
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