
En esta tranquila tarde de lluvia, lo primero, adecentar el cuarto oscuro para encerrar, allí, castigada, toda la determinación que se atreva a molestar.
Hoy no habrá voluntad alguna, simplemente, música que me haga recordar. Como si fuera una banda sonora de una película antigua.
Música de instrumentos locos sonando al compás de viejos recuerdos
Quiero un cerebro vacío de pensamientos, invernando en esta tarde estéril y lluviosa de finales de agosto. Quiero una luna opaca y tierra húmeda que huela a heno recién cortado.
Quiero redimir, olvidar todo esfuerzo anterior y ausentar los miedos al deterioro que consume cada día esta cabeza, viejo albergue de aquellos pájaros de juventud y locura que tanto hace que partieron.
Solo van quedando losas pesadas e inquebrantables sin nombres ni fechas.
Bajo esas lápidas, duermen recuerdos amortajados con sabanas de fantasía.
El pasado, poco a poco, va convirtiéndose en algo ajeno, irreal, llega a ser un sueño desvelado por las campanadas de algún viejo reloj de pared.
Viejas fotografías desde su intemporal memoria, cuentan alguna historia y evocan un vago efluvio de nostalgia.
Pero todo lo que quedará al final, será la nada.
Ni nostalgia, ni añoranza, ni siquiera, deseo por recordar.
La nada es absoluta, no habrá tampoco lazos que nos aten a la memoria de otros.
La nada se convertirá en un acto de egoísmo y caridad supremo y nos redimirá de toda culpa.
He oído miles de veces las campanadas de este viejo reloj de pared que siempre fue consciente de sus horas imperfectas pero nunca dejó de sonar marcando el compás único y particular de nuestra vida.
He escuchado su voz ronca y hueca que con inexorable solemnidad me decía:
-Escucha hijo, luego, no digas que no te avisé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por sus comentarios.