Entra la noche como un animal sigiloso y entre las sombras de las montañas arrebatadas a la luz de la luna se encuentra la de un hombre partido por la desazón de la espera hasta la nueva mañana que amanecerá, como siempre, consciente de su necesidad.
La buena noticia es que estás sólo, la mala, es que la soledad no es la mejor compañera cuando la desesperación te hurga las entrañas.
El frío de la noche no es suficiente para mantenerte despierto, sonidos tal vez imaginados anuncian problemas.
El arma esta fría la sientes como un reptil duro bajo tu cuerpo miras a través de su mortal ojo y se ve un vacío inevitable un vacío presente y futuro, tal vez eterno. Ves los lugares que ocuparon otras vidas, ves las sombras de cuerpos que van a morir, ves la desdicha de familias enteras.
La noche dice que todo es noche, que la luz es una quimera, un invento moderno.
Todos buscamos la oscuridad, nadie mira al sol después de muerto.
Me dice, que ella es mi amiga y que el simple hecho considerarse pecador, es en realidad el único pecado que puede cometer el hombre.
Pecar de orgullo.
¿Quién puede ofender a un Dios que todo lo contempla y todo lo admite?
Ni siquiera un tiro, aunque sea de gracia, está supeditado a condena.
Solo el orgullo de creerse pecador necesitaría una severa enmienda.
No me tranquiliza ver a través de la frialdad de este fusil el paso de otros hombres que, alguna vez, habrán mirado al otro lado de su arma y habrán visto un hombre sólo, enredado en una madeja de desazón y arbusto, aguardando la mañana.
Sin duda, alguna vez la frágil noche afgana habrá aliñado sus culpas y sus desazones.
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